martes, 22 de marzo de 2011

Nadie Lo quiere: Que se vaya

EL debate sobre la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero como candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales está abierto en canal en el seno de su partido. Sus principales dirigentes no tienen recato en mostrar la realidad de un partido que sabe que su secretario general los lleva al suicidio electoral; candidato que tampoco tiene los recursos de una autoridad política o histórica que compense el nivel de daños que puede ocasionar al PSOE. Zapatero no es una referencia ideológica del socialismo, ni su paso por el Gobierno ha dejado una impronta de reformas modernizadoras o de transformaciones positivas para el país. Su divisa —y ahora, que está próximo su final político, se aprecia con claridad— ha sido la eliminación política de la derecha, objetivo fracasado, pero a cuyo servicio puso todo el empeño personal y los más altos intereses del Estado, transformados en mercancía de pactos partidistas. El PSOE se prepara para despedir a Zapatero sin echarlo de menos.

Sin embargo, el error del PSOE es creer que Zapatero sólo es su problema. Y no es así. Si los socialistas no lo quieren de candidato, comprenderán que los españoles tampoco lo quieran de presidente, de manera que cualquier fórmula interna que elija el PSOE para aparcar a Zapatero debe conducir inexorablemente a la convocatoria anticipada de elecciones en cuanto lo permitan los plazos legales tras la celebración de los comicios municipales y autonómicos del próximo mes de mayo. Puede que sea este planteamiento el que frene a algunos sectores socialistas a exponer abiertamente la conveniencia de que Zapatero se vaya, pero tal prevención no deja de ser voluntarista en la medida en que las diferencias entre el Partido Popular y el PSOE empiezan a ser inalcanzables cualesquiera que sean el candidato socialista o el manejo de tiempos que hagan los estrategas del partido. En el momento en el que Zapatero comunique —si es que en algún momento lo hace— que no repite como candidato, su deber político y moral es disolver el Parlamento. Lo contrario, es decir, mantenerse en la presidencia del Gobierno mientras su partido elige candidato y se dedica a repudiar la herencia zapaterista —única manera de recortar distancias con el PP—, sería una burla a los españoles y agravaría aún más la crisis de confianza y las consecuencia de la crisis económica.

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