A raíz del supuesto interés de los denominados “fondos buitre” en las cajas de ahorros y empresas en distress tipo Nueva Rumasa, me acordé de esa canción de los setenta que cantaba Pablo Abraira y decía: “Que fue paloma por querer ser gavilán”. Se sorprendería más de uno de las muchas veces que esto aplica al capital-riesgo.
Ahora se habla mucho de los “fondos buitre”; parece que éstos llaman mucho la atención, sobre todo si tienen acento extranjero. La componente país tiene su gracia: en realidad, aquí también opera, con otros nombres, el buitre leonado puramente hispánico, no hay más que ver el aluvión de interés que despiertan en este país los negocios basados en el tráfico de influencias o mal regulados, la tentación permanente de beneficiarse a costa del accionista minoritario, o la tendencia insana de colocar productos financieros de dudosa rentabilidad al incauto de turno. Lo del “buitreo”, en el mundo de los negocios, desgraciadamente está más extendido de lo que debería y tiene poco que ver ni con el capital-riesgo ni con la nacionalidad.
Pero el “buitreo” del que estamos aquí hablando es de otra naturaleza: se trata de inversores que entran en situaciones difíciles e intentan extraer el máximo valor a su dinero, negociando típicamente “a cuchillo” y aprovechando al máximo su posición negociadora. Por eso se les llama “buitres”. Otra cuestión es que, con independencia de que actúen como buitres, puedan acabar siendo paloma; en eso consiste invertir en entornos de operaciones de mayor riesgo. Porque hay que recordar que lo que diferencia esencialmente al buitre es que se acerca a la carroña. No son buitres por lo que son, sino por las situaciones en las que invierten ¿Por qué otros no se comen la carroña? Esa es la cuestión.
Analizando casos como la restructuración de Metrovacesa y Nueva Rumasa, por poner dos ejemplos que han estado en los medios recientemente, una de las primeras consideraciones es que cada caso concreto es muy distinto y la resolución depende en gran medida de la posición de los bancos acreedores, de la naturaleza del propio negocio y de la situación de partida.
A nivel general, cuando el nivel de deuda puede exceder significativamente el valor de las compañías, la entrada de un inversor sólo tiene sentido en el contexto de una quita de los acreedores. En el caso de Metrovacesa, parece que se ha cerrado la refinanciación en la que uno de estos fondos especializados en “distress”, Oaktree, ha participado. Entró a través de la compra de deuda a descuento y ha sido una pieza relevante en la restructuración, que ha supuesto la capitalización de una parte importante de los préstamos. Al menos parece haber una solución de momento. Otra cuestión es qué retorno obtendrá Oaktree al final del día. El tiempo lo dirá. En el caso de Nueva Rumasa, aunque todavía está por ver cómo evolucione la cuestión, cualquier solución se antoja, si cabe, más difícil.
Por desgracia, la ley concursal en este país en general no facilita el rescate de las compañías. Prueba de ello es que, en la mayoría de los casos, el concurso de una compañía operativa es la antesala de la liquidación. Aunque los fondos “buitres”, en teoría, son expertos en moverse en este tipo de situaciones, aquí el elemento país es importante: lo que funciona en Estados Unidos o en otros sitios, puede no funcionar en España. Por desgracia, añadiría yo, porque no hay nada más triste que ver cómo se va al garete una empresa que, en otro contexto, podría haber sobrevivido.
El caso de las cajas es distinto: aquí estamos hablando de entes esenciales para el funcionamiento de nuestro sistema financiero por lo que la cuestión no es si se van a salvar o no, sino cuánto va a costar el salvamento. Hoy es el día en que acaba el primer plazo para que las cajas presenten al Banco de España sus planes de recapitalización. Por tanto, las últimas semanas probablemente habrán sido especialmente intensas entre cajas y potenciales inversores. Aunque desconozco los detalles, no me extrañaría que hayan pasado fondos “buitre” con planteamientos aparentemente “de derribo”: tu Caja, me la valoras “barata” y me garantizas el tamaño de un agujero que desconozco y yo meto algo de dinero. “Gratis ergo sí,” que decía un amigo mío. Desgraciadamente, el planteamiento, por agresivo no es poco habitual (para muestra, la oferta de Barclays en los últimos días previos a la quiebra de Lehman).
En un artículo anterior explicaba por qué no veía claro cómo iba a entrar el capital riesgo a no ser que fuera a balón parado, claro. El problema es que, desde el lado del inversor, la situación se ve de distinta forma: me quieren vender unas cajas cuyo capital puede valer cualquier cosa y en un país con muchas banderas rojas desplegadas. Lo hago si pienso que puedo ganar mucho dinero o si me reducen significativamente el riesgo. No vaya a ser que acabe siendo “paloma”. Nos puede gustar o no, pero el planteamiento es entendible. Otra cuestión es si hay soluciones mejores.
La evolución previsible del asunto de las cajas es que algunos “buitres” tendrán que emprender el vuelo de vuelta y será el momento de que entren en liza otros actores, o bien simplemente se busquen otro tipo de soluciones. Sea cual sea el devenir de los acontecimientos, me temo que estamos abocados a aplicar el slogan de hace unos meses: “esto lo arreglamos entre todos”, o al menos lo vamos a pagar entre todos. Porque bien sea porque el Estado garantice de una forma u otra a los inversores que quieran entrar en las cajas los agujeros del balance, bien porque vía FROB o similares las cajas acaben nacionalizándose, o bien porque la solución pase por colocar el capital entre muchos inversores privados, la realidad es que la cuenta está ahí y se tendrá que pagar y el daño se repartirá entre muchos.
Puestos a elegir, como contribuyente mi preferencia sería que la solución nos saliera a todos lo más barata posible y como individuo y depositante, que el futuro capital de las cajas recayera en inversores, del tipo que sea, que aseguren que se gestionan a futuro de la mejor forma posible y se administran adecuadamente, lo que pasas indefectiblemente por solventar el problema actual de ser entidades sin dueño. Quizá sea mucho pedir. Entretanto, quedaremos a la espera de acontecimientos y veremos desde aquí abajo, el vuelo en círculo de los buitres, gavilanes o palomas.
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