sábado, 10 de noviembre de 2012

Las cartas de Thatcher, Hayek y Friedman


Las entregas anteriores de esta colección han repasado el trato entre Margaret Thatcher y dos de sus economistas de referencia: F. A. Hayek y Milton Friedman. Con el austriaco, laDama de Hierro consolidó una amistad basada, principalmente, en la admiración de Thatcher por la filosofía política de Hayek. Con el estadounidense, la Primera Ministra entabló una relación de trabajo marcada por las exigentes recomendaciones de Friedman en materia de política económica.
La amistad entre ambos y la coincidencia en muchas de sus recomendaciones a Thatcher no evitó ciertos puntos de fricción entre ambos economistas. En cierto modo, es entendible que las diferencias entre la Escuela de Chicago y la Escuela Austriaca generasen interesantes debates entre ambos. Por suerte para los británicos, numerosos think tanks y medios de comunicación recogieron la influencia de estos diálogos.
En esa síntesis de conservadurismo y liberalismo que hoy llamamos thatcherismo,  Friedman y Hayek ocuparon un rol especialmente importanteespecialmente a finales de los 70 y comienzos de los 80. El resultado de las políticas económicas liberales que aplicó Margaret Thatcher fue más que notable: dos millones de nuevos puestos de trabajo, medio millón de nuevas empresas, fortalecimiento de las clases medias, fin a la conflictividad laboral, recuperación del crecimiento, abandono de la irresponsabilidad tributaria, freno al crecimiento sistemático de la inflación, etc.
Los mismos adversarios laboristas que tanto criticaron a Thatcher, Hayek y Friedman acabaron reconocimiento la importancia de promover el capitalismo como eje de desarrollo. Tony Blair, líder del Partido Laborista, se encargó en los años 90 de deshacerse de la Cláusula IV de los Estatutos de su partido, para así abandonar por completo la pretensión de convertir al Estado en el eje conductor de la producción y la economía británica.

“Hay que reducir el Estado al 33% del PIB” (Entrevista con Juan Ramón Rallo, Parte II)


Juan Ramón Rallo presenta su nuevo libro, "Una alternativa liberal"
A continuación, la segunda parte de mi entrevista con Juan Ramón Rallo (hagan click aquí para ver la primera). Su nuevo libro, “Una alternativa liberal“, analiza la crisis que atraviesa y España y propone una batería de medidas liberales destinadas a corregir el rumbo político y económico de nuestro país.
LM: En su libro, Vd. recomienda reducir el tamaño del Estado al 33%, pedido por el que algunos le tachan como radical. Sin embargo, esa cifra coincide en gran medida con la media de los países de la OCDE, así como con los niveles de recaudación tributaria españoles.
JRR: La idea de reducir el tamaño del Estado al 33% del PIB no es radical sino “posibilista”. Un Estado que consuma semejante nivel de recursos me sigue pareciendo un Estado enorme, pero al menos ya no se sitúa en cotas tan altas que sangra continuamente al sector privado. Hablamos, además, de igualar el gasto público de algunos de los países más prósperos del mundo, como Suiza o Nueva Zelanda. Quienes creen que hace falta un Estado aún más grande quizá tendrían que hacérselo mirar…
LM: Quienes critican tus medidas para salir de la crisis justificando que el “fraude fiscal” o las SICAV tienen la culpa del déficit público encuentran también respuesta en “Una alternativa liberal”…
JRR: En efecto. El tema del “fraude fiscal” se ha convertido en una especie de pozo sin fondo, de excusa que plantea casi todo el mundo y que, supuestamente, permitiría solucionar de un plumazo nuestros problemas. La idea de que subiendo los impuestos a los más ricos se consigue reducir significativamente el déficit es otro cuento chino muy extendido en esta crisis.
Empecemos por lo segundo, en concreto por las SICAV. Asumiendo rentabilidades elevadísimas, lo cual es improbable sobre todo en estos momentos, y aumentando notablemente los impuestos creados para estas sociedades, en el mejor de los casos se recaudarían unos 1.000 millones de euros, el 1% del déficit total. Otra vía que algunos mencionan es el IRPF, pero en ese ámbito ya tenemos uno de los tipos más elevados del mundo, por lo que no hay mucho margen de maniobra en ese ámbito. Subiendo ese tipo al 60% o 70% tampoco se conseguiría mucho en términos de recaudación, pero además es muy probable que toda esa gente que algunos quieren “perseguir” acabe cansándose y llevándose su riqueza fuera de nuestras fronteras.
LM: ¿Y qué me dice del “fraude fiscal”?
JRR: Pues mirando las estimaciones de  los técnicos del Ministerio de Hacienda la verdad es que me cuesta creerme alguna. En cualquier caso, para hacer una valoración sobre este tema es necesario tomar alguna fuente fiable, por lo que yo recurro a las de Friedrich Schneider, que es una eminencia en este campo. Este Señor cifra la economía sumergida española en el 19% del PIB, pero normalmente se nos habla de niveles por encima del 25%, y nunca queda muy claro de donde salen estos datos.
De manera muy optimista, España podría aspirar a dejar la economía sumergida en niveles del 15%, como Suecia… y repito que esto es un cálculo optimista. En ese caso, se podrían recaudar entre 15.000 y 20.000 millones de euros más, que no es una cantidad baja pero tampoco es ni mucho menos suficiente para cubrir un déficit que supera los 100.000 millones de euros.
Además, si nos ponemos a perseguir a la economía sumergida española, comprobaremos que, lejos de ser las multinacionales como algunos afirman, muchos de los agentes que participan en ese llamado “fraude fiscal” son pequeñas empresas, que quizá no cargan siempre el IVA a sus facturas, o familias humildes, que trabajan “en negro” para complementar unas prestaciones por desempleo exiguas. Además, muchas de esas actividades no podrían desarrollarse en el “mercado oficial”, tan regulado e intervenido,por lo que persiguiendo el llamado “fraude fiscal” lo que podemos acabar haciendo es dejar aún peor a gente que lo está pasando muy mal.
LM: Pasemos ahora a la crisis financiera. Vd. propone convertir  a los acreedores de los bancos con dificultades en accionistas de dichas entidades, pasando así del rescate (bail-out) a la recapitalización interna (bail-in). Pocos dirigentes consideraron inicialmente esta alternativa, pero el gobierno español ha acabado adoptándola en parte para resolver el lío de las preferentes…
JRR: Efectivamente, con las preferentes se hará un bail-in parcial, y esto ya es un avance. El capital que podría aflorar mediante esta iniciativa podría superar los 40.000 millones de euros, por lo que estamos ante una victoria parcial. Eso sí: si esto se va a hacer ya con este tema, debemos extenderlo a todo el sistema financiero. Si no, perpetuando los rescates, lo que se consigue es seguir cargando de deuda a los contribuyentes. Esperemos que en el futuro se extienda este tipo de iniciativa para recapitalizar por completo los bancos.
LM: Ha habido gente que se ha referido a ti como un “antipatriota” que ha “vendido” la catástrofe económica española fuera de España. ¿Qué le dirías a quienes recuperan este argumento, ya esbozado en 2007 contra quienes advirtieron de la gravedad de esta crisis que hoy nos sigue afectando?
JRR: El mensaje este de que algunos somos antipatriotas por sacar la realidad a la luz se me hace curioso. Desde 2007 nos llamaron “antipatriotas” por advertir de los problemas que venían, pero hoy ya estamos semi-intervenidos y ha quedado demostrado que tomar medidas cosméticas y limitadas no iba a ser suficiente para acabar con esta crisis.
Decir que no hay ningún problema cuando tenemos todos los desequilibrios que se describen en el libro es hacer un análisis equivocado e incluso hipócrita, pues muchos de estos críticos han acabado asumiendo la gravedad de la crisis, por mucho que sus propuestas para salir de la misma sean equivocadas.
Hay que mirar atrás y ver quién ha venido acertando y quién se ha estado equivocando.Hay quienes en 2005 decían que no había burbuja, y luego seguían manteniendo que era un pinchazo puntual. Luego dijeron que en 2009 ya nos habíamos recuperado, que había “brotes verdes”… Hoy tenemos seis millones de parados: si esto sigue sin ser grave, no entiendo su criterio.
LM: En el libro afirmas que los liberales españoles no deberían esperar gran cosa del actual gobierno, al que sí se le presuponía un determinado apego con ciertos postulados del liberalismo clásico. ¿Qué le queda entonces a la sociedad civil para seguir promoviendo un Estado más limitado?
JRR: Los liberales pecamos a veces de impaciencia, comprobamos que nuestras propuestas funcionan en otros lugares y queremos que se apliquen en España de manera inmediata. Creo que si hacemos todos una reflexión seria, podemos entender que es improbable conseguir estos objetivos a corto plazo, por lo que es necesario estar en el debate, hacer propuestas y demostrar que el liberalismo es posible y deseable desde hoy.
Esta actitud quizá no consiga tanto eco entre los políticos de esta y de la siguiente legislatura, pero a largo plazo puede tener buenos resultados. La batalla es seguir ilustrando que podemos ir más allá de la crítica y esbozar propuestas más “posibilistas”, para así poder caminar en la dirección adecuada a largo plazo, porque esta es una carrera de fondo. Y debemos adoptar esta actitud con cierto optimismo, pues partimos de una situación complicada pero eso también implica que los avances que se puedan conseguir podrán generarnos más alegría y satisfacción.
LM: Voy a darle cuatro nombres de cuatro economistas muy influyentes. A ver qué le viene a la cabeza…
JRR: Venga.
LM: Nouriel Roubini.
JRR: Catastrómetro averiado…
LM: Joseph Stiglitz.
JRR: Las recetas que no deben aplicarse.
LM: Kenneth Rogoff.
JRR: Buena perspectiva histórica.
LM: Robert Barro.
JRR: Austeridad, con argumentos incompletos.

La Burbuja Financiera y la del Estado


La economía española padece tres burbujas: financiera, productiva y estatal. Una ha tendido a generar a la otra, no están separadas. La primera, la financiera, es probablemente la más importante, pues quizá si no se hubiese producido nunca se habrían dado las otras dos. En la década anterior, esta burbuja se alimentó de una expansión crediticia brutal por parte de las rebajas de los tipos de interés aplicadas por el Banco Central Europeo.
La sobredimensión del crédito barato disponible en España dio lugar a la segunda burbuja, la productiva. Fue un espejismo de falsa prosperidad, como se vio principalmente en la “burbuja inmobiliaria”. En cualquier caso, toda la economía nacional dependió durante estos años de comprar a crédito barato.
Por último, esa actividad artificial que permitió incrementar de manera muy notable el PIB y generar miles de puestos de trabajo generó también la burbuja estatal. Al incrementarse en 175.000 millones de euros los ingresos de las arcas públicas entre 2001 y 2007, las Administraciones comenzaron a consolidar un nivel de gastos absolutamente insostenible, cuya financiación desaparece cuando colapsa la burbuja. Obviamente, el colapso de la primera de estas tres burbujas ha desencadenado el de las otras dos.

martes, 30 de octubre de 2012

Juan Ramón Rallo

'La que nos impide salir de la recesión es la peor de las burbujas: la política'
9 comentarios ALFONSO BASALLO
El autor de 'Una alternativa liberal para salir de la crisis' propone austeridad pública y liberalización del sector privado.
  • Esta es la receta que propone este doctor en Económicas, profesor y ensayista. Sólo tiene un problema: los políticos no se la compran. ¿Por qué será?
    -¿Nació vd. liberal o se hizo?
    -Me hice con Losantos, Hayek y Huerta de Soto.
    -Y cree que su receta es la mejor para sacarnos...
    -Es las más sensata y eficaz.
    -¿No se apoya en prejuicios ideológicos?
    -Se apoya en cifras y observación de la realidad.
    -Esta no puede ser peor: 5,7 millones de parados.
    -Y el déficit disparado y la economía sin reestructurarse.
    -Vd. no habla de una sino de tres burbujas.
    -La financiera, la inmobiliaria y la estatal.
    -Propone vd. que las pérdidas de la Banca no recaigan sobre el contribuyente.
    -Sino sobre los acreedores y accionistas.
    -Y la burbuja estatal, ¿se reduce con menos Estado?
    -El Estado sólo genera deuda y gasto.
    -¿Pero la culpa de todo no la tiene el capitalismo?
    -La tiene el intervencionismo estatal.
    -Le recuerdo que eran los bancos los que daban créditos a granel.
    -Recuerdo que lo hacían espoleados y amparados por los Bancos Centrales.
    -Ergo...
    -La codicia fue espoleada por el intervencionismo.
    -¿Y cómo salir de la pesadilla?
    -Con austeridad del sector público y liberalización del sector privado.
    -¿Más austeridad?
    -El Estado aún puede recortar 135.000 millones.
    -¿Cargándose el bienestar?
    -Racionalizándolo, reduciendo grasa.
    -Pero las pensiones...
    -Son el intervencionismo y el despilfarro quienes las han puesto en peligro.
    -Bajar impuestos, ¿es la panacea?
    -Bajar impuestos sólo es que te dejan de robar.
    -¿Y todas esas recetas funcionan?
    -Mire los países bálticos: su recuperación ha sido espectacular.
    -Es un caso aislado.
    -Hay más: Singapur, Suiza, Australia...
    -Y de la Unión Europea, ¿nadie?
    -Sólo Alemania.
    -¿Y el resto? ¿No es casualidad?
    -No es casualidad: es la Europa del intervencionismo y del subsidio.
    -Si tan buena es la receta liberal, ¿por qué no se la compran?
    -Porque hay una burbuja peor que las otras.
    -Déjeme adivinarla... ¿la de los políticos?
    -Así es: tienen una maraña de intereses creados.
    -¿No quieren que salgamos de la crisis?
    -Lo que no quieren es renunciar al intervencionismo.
    -¿Por la erótica del poder?
    -El gasto del poder.
    -Y qué propone vd. ¿La anarquía?
    -No; propiedad privada y contratos.
    -Y si no, ¿nos despeñamos por el abismo?
    -España debe decidir qué quiere ser: Suiza o Argentina. 
  • Quedarse en España para pagar Impuestos!!


    “¿Para qué quieres quedarte en España? ¿Para pagar impuestos?”

    “¿Para qué quieres quedarte en España? ¿Para pagar impuestos?”
    El profesor y catedrático de sociología Mauro F. Guillén. (Fundación Rafael del Pino)
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    No cabe duda de que el mundo está abierto a un escenario de enormes incertidumbres, pero hay algunas certezas, a las que los gobernantes deberían prestar atención. Con el ánimo de aportar algo de luz al convulso panorama económico y social que nos espera vivir en lo que queda de siglo, los reconocidos investigadores sociales Emilio Ontiveros y Mauro F.Guillén han unido fuerzas para presentar un ensayo de título explicito, Una nueva época. Los grandes retos del siglo XXI (Galaxia Gutenberg /Círculo de lectores), que presentaron ayer en la Fundación Rafael del Pino de Madrid.
    Cuando se abordan estos tipos de temas, suele haber una importante desconexión entre el mundo académico y el político. Pero aún mayor es la desconexión de estas esferas con la ciudadanía, que no sabe muy bien a qué atenerse. Mauro F. Guillén, catedrático de la prestigiosa escuela de negocios Wharton School –oriundo de Oviedo, pero residente en Estados Unidos–, que ha atendido a El Confidencialtras la presentación del libro, es claro al respecto: “En una situación como la actual, hablas de todas estas cosas globales, macrotendencias, qué es lo que puede ocurrir o no, y el error es pensar que eso no tiene nada que ver con el día a día y con las decisiones que tenemos que tomar aquí mañana. Y no es que tengamos que tomar decisiones a largo plazo, es que tal y como veo la situación en España, si los parámetros son los que tenemos –seguir con el Euro, seguir en Europa– aquí no hay una salida que podamos tomar nosotros por nuestra cuenta”.
    Cada vez que mencionas el envejecimiento de la población se ve como un tema menor y se discute la actualidad, del mañana inmediatoAlemania no parece, de momento, dispuesta a colaborar, y tal como están las cosas sólo hay una cosa que los ciudadanos españoles puedan hacer para mejorar su situación: emigrar. Guillén insiste en que la situación puede ser todavía peor, cuando se manifieste el gran problema demográfico al que tendremos que enfrentarnos tarde o temprano: “Cada vez que mencionas el envejecimiento de la población se ve como un tema menor y se discute la actualidad, del mañana inmediato. Pero claro, si no nos preparamos ya, dentro de 10 o 15 años, teniendo en cuenta el crecimiento tan bajo que tenemos, y con un desempleo estructural tan alto… ¿Quién va a pagar el sistema? Además, hay un problema añadido. La gente joven se está dando cuenta del problema y se está yendo. Si yo me quedo aquí no sólo no tengo trabajo ahora, es que si tengo trabajo voy a tener que pagar impuestos muy altos para financiar el sistema. La ecuación para la gente joven preparada en estos momentos no es sencilla. Todos los términos de la ecuación les está diciendo que se vayan a otro sitio. ¿Para qué quieres quedarte aquí? ¿Para pagar impuestos?”.
    Guillén sabe muy bien lo que es emigrar. A finales de los 80 fue a Estados Unidos a estudiar el  doctorado. No volvió. Hoy es el segundo español más citado en artículos científicos del mundo, y dirige el instituto de management y estudios internacionales de una prestigiosa escuela de negocios. En su opinión, la situación dista mucho de parecerse a la actual, en su día volvieron muchos, hoy no va a volver nadie: “Allí nos quedamos muy pocos. Era una época de alto paro. Yo me fui en el 87, antes de que cayera el desempleo, pero había oportunidades aquí, me fui a formarme y me quedé, pero por otras cuestiones. La decisión interesante a analizar es porque hubo gente que se fue en los 90 y volvieron. Y lo hicieron hasta hace dos o tres años. Porque aquí había espacio, había crecimiento, había perspectivas. Te viene muy bien que la gente se vaya fuera, pero si luego vuelven. El problema es que ahora muchos de los que hemos formado aquí, pagando impuestos entre todos, se están yendo, porque no hay oportunidades. Eso es lo que hace todavía más grave la cuestión. Reduce un poco la presión sobre el mercado de trabajo pero se van los mejores, no los peores. En cada tipo de ocupación. Y de momento no van a volver. Es preocupante”
    Luchando contra la incertidumbre
    Para Guillén es necesario que los gobiernos cooperen para buscar soluciones conjuntas a los grandes retos que plantean la economía y la sociedad actual. El problema es que, ahora mismo, muchos países tiene las manos completamente atadas: “Los únicos países que cuentan en el contexto financiero y económico global, y que pueden ayudar a encontrar una solución, que a su vez facilite que cada país individual, incluido España, pueda salir adelante, son tres o cuatro. No son más. EE.UU. China, Alemania –no la Unión Europea, pues no es un actor que hable con una sola voz– y Japón, que ya no tiene tanto peso, pues cada vez está más enfocado en sus problemas, que son muy grandes. No tenemos un grupo de países que se entiendan entre sí. Y esto es un problema. Si no se entienden entre sí estos cuatro países, ninguna de ellos individualmente tiene el suficiente peso, o la suficiente proyección y capacidad de persuasión para decir ‘esta es la solución’ y que los demás les sigan. Ni siquiera EE.UU. o China”.
    Cuanto antes tenga problemas Alemiania, mejor, para que se den cuenta de que están siguiendo unas políticas ridículasEs evidente que existe un problema de índole política. Faltan líderes que sepan aportar una visión global, de conjunto, pero faltan también, insiste Guillén, instituciones adecuadas, a nivel nacional y global: “Está claro que los políticos están errando, y no sólo ellos, sino más bien las propias instituciones que emplean los políticos. Claramente, una de las víctimas de esta transición bien puede ser el sistema de partidos políticos, o algunos partidos concretos. Lo que hemos visto en Europa son votantes muy dispuestos a llevarse por delante a líderes. Es muy posible que Merkel sea la única que haya sobrevivido y personalmente estaríamos mucho mejor si ella no estuviera aquí, francamente, porque no sabe tomar ninguna decisión que ayude al resto de Europa para ir por un camino un poco más constructivo. Está demasiado enfocada en tomar decisiones para contentar a ciertos grupos influyentes de Alemania que apoyan a su partido, y no está tratando de elevar su punto de mira para tratar de hacer algo como país excedentario, país acreedor y mayor economía de la zona euro. Cuanto antes tenga problemas Alemiania, mejor, para que se den cuenta de que están siguiendo unas políticas ridículas. Es uno de los países del mundo a los que les va mejor, pero no es un país que vive aislado, tiene que comerciar para que le vaya bien. Podrían aumentar los salarios de sus trabajadores, para que vinieran más de vacaciones aquí, compraran más cosas. No lo entiendo. Alemania no está a la altura de las circunstancias. No está dando una visión de conjunto”.
    Luchando contra el juego de suma cero
    En una partida de ajedrez uno de los contrincantes gana solo a costa de que el otro pierda. Es lo que se conoce como un juego de suma cero: la ganancia de uno de los participantes se corresponde exactamente con las pérdidas del otro. El mundo, por suerte, no funciona como una partida de ajedrez. Hay situaciones en las que todos ganan, y los países pueden apostar por colaborar entre ellos en busca de soluciones que sirvan a todos.
    Si los países no toman decisiones coordinadas, podemos entrar en un panorama de suma cero en el cual, para salvarme, tengo que conseguir que el otro se hundaEl problema es que, en situaciones como está, hay países que pueden apostar por jugar al jaque mate, y Guillén cree que nadie sería capaz de evitarlo: “Hay signos, o señales, que hacen pensar en que la probabilidad de que el mundo entre en una guerra comercial o de monedas es del 20 o 25%. Eso nos llevaría al desastre. Sobre todo en un momento en el que no hay un foro efectivo, que funcione, para que las grandes economías del mundo eviten que esto ocurra. Si los países no toman decisiones coordinadas, podemos entrar en un panorama  de suma cero en el cual, para salvarme, tengo que conseguir que el otro se hunda. Es la situación en la que se vio el mundo en los años 30, con la gran depresión. El aspecto más nocivo de todo fue que los países, en cuanto vieron que el desempleo subía y la actividad económica bajaba, empezaron a protegerse. Todos. Levantaron barreras proteccionistas y eso agravo la crisis. No es que la situación fuera de suma cero, pero las decisiones de los países las provocaron. Eso es lo que tenemos que evitar ahora a toda costa”.
    El juego de suma cero es evitable en el plano comercial pero, según Guillén, será muy difícil de evitar en la lucha por la energía y los recursos naturales: “A no ser que tengamos una nueva revolución tecnológica que nos saque del problema, cada vez estaremos más cerca de en una situación de suma cero en recursos. Son finitos y con el crecimiento de las economías emergentes la demanda se dispara. La intensidad de demanda de energía y recursos naturales y materias primas de China es varias veces mayor que la europea, porque esta es, al fin y al cabo, una economía de servicios. China no puede bajar del 7% de crecimiento, que es una locura, porque si no la gente se comerá al Partido Comunista”.
    En África se está forjando, en gran medida, el futuro de la economía globalEn las siguientes décadas, si no se hace nada al respecto, la principal preocupación del mundo volverá a ser la de los primeros homo sapiens: tener algo que comer para sobrevivir. Guillén no tiene ánimos catastrofistas, pero es muy claro sobre el asunto: “En estos momentos hay previsiones fidedignas de que podemos llegar a una situación en la cual el 20 o el 30 % de la población del mundo esté sujeta a crisis recurrentes de agua. La inestabilidad que esto puede producir en un planeta cada vez más poblado es tremenda y con los alimentos pasa lo mismo. El principal empleo del agua es la agricultura, a la que se dedica casi el 80% del agua corriente”.
    ¿Por qué los políticos no se preocupan de esto? “Los problemas del corto plazo son tan importantes en este momento que nadie se va a preocupar por eso”, cuenta Guillén. “Pero una cosa te digo, hace tres días estaba con un inversor, un tipo que tiene una riqueza de más de 100.000 millones de dólares. Me dijo que todo en lo que está invirtiendo desde hace cinco años es en temas agua o alimentación. Es todo en lo que está invirtiendo. Sobre todo en África, donde se está forjando en gran medida el futuro de la economía global”. 

    domingo, 14 de octubre de 2012

    Vídeo José García Montalvo.flv

    Los economistas Robinson (Universidad de Harvard) y Acemoglu (MIT de Massachusetts) han escrito* un luminoso libro en el que explican por qué fracasan las naciones.

    Los economistas Robinson (Universidad de Harvard) y Acemoglu (MIT de Massachusetts) han escrito* un luminoso libro en el que explican por qué fracasan las naciones. Su tesis no es original, pero aplicada al caso español resulta esclarecedora.
    Robinson y Acemoglu demuestran con buena información por qué unos países son prósperos gracias a contar coninstituciones democráticas que procuran el bienestar general, mientras que otros -los más atrasados-, quedan en manos de élites políticas que sólo pretenden su propia satisfacción. La prosperidad de las naciones, vienen a decir, no depende de sus riquezas naturales, sino de la calidad de sus instituciones.
    Ofrecen varios ejemplos. El más evidente se localiza en la enorme frontera que separa a México y EEUU. Al norte, un país rico con instituciones democráticas que funcionan de forma razonable. Al sur, una nación donde la corrupción política ha sido la norma general. Y ponen como paradigma la figura de Antonio López de Santa Ana, que fue presidente de su país en once ocasiones. Durante ese periodo, México perdió El Álamo y Texas y se desangró por una desastrosa guerra con EEUU. No fue un caso excepcional. Entre 1824 y 1867 hubo 52 presidentes en México, la mayoría de ellos después de un pronunciamiento al margen de la Constitución.
    EEUU, por el contrario, disfrutó en ese periodo de una gran estabilidad política gracias a contar con una arquitectura institucional democrática que permitía la separación de poderes e incentivaba la creación de riqueza. Sin duda, como consecuencia de los diferentes modelos de colonización. Mientras que la conquista española convertía a los indígenas en esclavos, los colonos ingleses que llegaron a EEUU cultivaban sus propias tierras. Como recuerdan Robinson y Acemoglu, el resultado fue que entre 1820 y 1845 sólo el 19% de los titulares de patentes en EEUU tenían padres que fueranprofesionales o grandes terratenientes. Si un ciudadano era pobre pero tenía una buena idea, podía conseguir una patente, y ahí está el célebre caso de Edison.
    El célebre inventor tenía muchas más ideas de las que podía poner en práctica. Llegó a disponer de 1.093 patentes registradas a su nombre en EEUU. Muchas se pusieron en marcha y otras no, pero en todos los casos había un sistema financiero que prestaba el dinero. Una idea sin un modelo de negocio no sirve para nada.
    Una cuestión de agenda
    El financiero mexicano Carlos Slim, antes de llegar a ser el hombre más rico del mundo, nunca patentó ni inventó nada. Pero tenía algo mucho más importante para ganar dinero en su país: una buena agenda de contactosNetwork, que dicen ahora los modernos.
    Slim se quedó con la telefónica de México -Telmex- pese a que no ofreció la mejor oferta durante la privatización. Incluso llegó a un pacto con el Gobierno para retrasar el pago de la compra, lo que le permitió adquirir la compañía con los dividendos que generaba la propia Telmex. Es decir, no puso un solo peso en la operación.
    El otro hombre más rico del mundo, Bill Gates, por el contrario, ha amasado su fortuna gracias a la innovación, no a su agenda de contactos, y eso explica en parte los diferentes niveles de renta a un lado y a otro de la frontera. Mientras que en México un monopolio privado ha sustituido a un monopolio público, en EEUU la competencia y la apuesta por la innovación tecnológica ha creado gigantes como Apple o Google.
    ¿Cuál es la diferencia entres ambos países? Sin duda, la existencia de obstáculosde entrada al sistema productivo, lo que provoca una atrofia económica descomunal. Hoy ese el principal problema de la economía española. La existencia de un statu quo imperante que convierte a la economía en un coto cerrado, y que gira en torno a lo que pomposamente se denomina Consejo de Competitividad, una institución sin parangón en un país democrático que actúa a modo de grupo de presión. Y lo hace gracias a un sistema institucional que en lugar de incentivar los cambios sociales los enmudece.
    Hoy nada se mueve si no lo decide apenas un puñado de ejecutivos. Ellos son los que acompañan al rey en sus viajes comerciales, ellos son los que tienen hilo directo con Moncloa, y ellos son los que influyen de manera torticera y vergonzante en los principales medios de comunicación. La crisis ha provocado una concentración del poder económico sin precedentes inmediatos. Y la creación de megabancos que controlan todo el sistema productivo, va en esa dirección. Una mirada al Ibex de hoy se parece como dos gotas de agua al Ibex de hace veinte años, cuando es evidente que la economía ha cambiado de forma dramática.
    En ningún otro país con una arquitectura institucional sana se permitiría que ni uno solo de los primeros ejecutivos españoles haya pagado por la dimensión de la crisis, que también es la suya. Todos y cada uno de los gerifaltes del Ibex siguen ahí, en sus puestos, como si el hecho de que muchas compañías estén al borde la quiebra fuera ajeno a su gestión.
    Probablemente, una de las asignaturas pendientes de la economía española es la calidad de sus altos ejecutivos. Estamos ante un selecto grupo inmune a los cambios sociales y económicos, y que, en muchos casos, se ha mantenido en el machito gracias a una generosa política de dividendos que en realidad ha provocado una descapitalización de sus compañías. ¿Alguien sabe dónde está el dinero que han ganado durante 20 o 25 años algunas grandes empresas que hoy están al borde la bancarrota?
    Lo público y lo privado
    Es curioso que siempre se culpe al sector público de todas las desgracias del país, olvidando que cuando se penaliza a la ‘marca España’ no sólo se saca los colores a los administradores públicos (con razón), sino también a los privados. Incluso se ignora que una parte muy importante de la descomunal deuda exterior que tiene este país -960.000 millones de euros- es de origen privado. Y en particular de algunas de esas grandes empresas que cacarean a los cuatro vientos la necesidad de que el Gobierno pida al rescate.
    El gran problema de la economía española no es que entre en barrena el sector público -el 20% del PIB en términos de consumo-, sino que la crisis del Estado haya contaminado al conjunto del sector privado de tal manera que este sea incapaz de sobrevivir sin esa red clientelar que durante años ha protegido sus negocios.
    Por supuesto que hay algunas anomalías históricas como Inditex o Mango, que han crecido sin mirar todos los días el BOE. Pero, ¿dónde están ahora esos grandes empresarios que se pavoneaban de sus negocios mientras se ponían sueldos estratosféricos ‘de mercado’, como el impúdico Cebrián? Los florentinos se han quedado desnudos, como el emperador, sin el paraguas del Estado. Son sólo farfollacon una deuda de más de 240.000 millones de euros,  tan sólo en el caso del Ibex.
    No es un fenómeno nuevo. Parece seguir viva aquella gloriosa asamblea celebrada el 18 de junio de 1916 en el Hotel Palace, a un paso de Congreso. Los convocados fueron las ‘fuerzas vivas’ del país que protestaban porque el ministro de Hacienda,Santiago Alba, quería imponer una tasa por los beneficios extraordinarios que habían logrado algunos sectores económicos por la neutralidad española en la Gran Guerra. El naviero bilbaíno Ramón de la Sota ofició de maestro de ceremonias, mientras que Cambó, diputado en el Congreso por la Lliga catalana, defendió el derecho a la protesta de sus compatriotas. Como se ve, industriales vascos y catalanes a la vanguardia del progreso económico en el origen de sus fortunas. Aquel aquelarre -que se llevó por delante al propio Alba- fue definido por el periódico El Diluvio, de Barcelona, como la reunión de una ‘plutocracia absorbente y dominadora’. Y en esos estamos un siglo después.
    Un país sometido a élites políticas y económicas que han llevado a España a la ruina en defensa de sus propios intereses. Sin duda porque las instituciones no han funcionado. Sin duda por un déficit democrático que convierte al aparato del Estado en una simple pantomima al servicio de los poderosos. Sin duda por una endogamia que lastra el crecimiento y que ha dejado al país sin modelo productivo.
    *Por qué fracasan los países. Daron Acemoglu y James A. Robinson. Ediciones Deusto 2012.

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    Raúl se ríe, casi para sus adentros. Acaba de hacer una broma sobre los políticos y las formas en que se hacen ricos, que celebra exhibiendo una mueca irónica. Raúl es de esas personas que siguen la actualidad, que leen la prensa todos los días (sobre todo la digital) y que disfrutan escuchando las tertulias radiofónicas. Posee titulación universitaria, y a pesar de que no es un gran lector (“no tengo mucho tiempo”) tiene un conocimiento apreciable de las ideas que se manejan en nuestra época. Raúl es un pequeño empresario a punto de cumplir los cuarenta para el que la política se ha convertido en algo muy molesto. Ninguno de quienes le acompañan en ese momento, dos amigos con los que se encuentra con cierta frecuencia, está en desacuerdo. En realidad, pocas cosas dan tan por descontadas como el perjuicio que la clase política está causando a España. La explicación que encuentran acerca de nuestros males gira inevitablemente alrededor de la nefasta actuación de los dirigentes públicos y todos están de acuerdo en que bastaría con que actuaran con honestidad y sensatez e hicieran “lo que tienen que hacer” para que España regresara a la onda que nunca debió dejar atrás.

    Los políticos se han forjado un mundo aparte, en el que viven muy cómodos con el dinero público que se meten en el bolsilloEs paradójico, porque gente alejada del espectro ideológico en el que se mueven Raúl y sus amigos posee una comprensión muy similar de la situación. Muchas de las personas que poblaron la manifestación del 25S entendían que el problema real estaba unos pocos metros más allá de las vallas que protegía la policía, en el hemiciclo de ese Congreso parapetado tras la fuerzas públicas. Alberto estuvo allí, y regresó en algunas de las convocatorias posteriores. Me cuenta que la violencia se está magnificando, y que la realidad no está en las carreras tras los manifestantes, sino en los rostros de esos políticos que tenían que protegerse tras las porras de la policía. Se han forjado un mundo aparte, en el que viven muy cómodos con el dinero público que se meten en el bolsillo. Para Alberto, vivimos en un mundo lleno de posibilidades en el que las nuevas tecnologías pueden ayudarnos a desarrollar una democracia mucho más participativa, donde la gente de verdad decida sobre su destino. Pero, para eso, ha de desmontarse un sistema cuyos protagonistas se resisten a perder el chollo, a bajarse de un carro en el que están muy cómodos.

    Lo llamativo, sin embargo, no es tanto hasta qué punto en un contexto de crisis una mayoría de la población comienza a distanciarse de quienes mandan, sino cómo las mismas élites económicas se están separando de los políticos. Lo que uno y otro, un pequeño empresario y un funcionario, señalan, contiene sustancialmente la misma tesis que defendía el ex Merryl Lynch César Molinas en su reciente y provocador artículo sobre las élites  extractivas. Ellos fueron quienes crearon la crisis, ya que sólo pensaron en hacerse ricos (o en “detraer rentas en su beneficio”, lo prototípico de las clases extractivas), y tampoco podemos confiar en ellos para que nos saquen de esta, porque únicamente están pendientes de su autoconservación y son alérgicos a todo lo que suena a innovación, a progreso y a cambio, ya sea en lo político o en lo económico.

    Los políticos se han quedado solos, todos desconfían de ellos. (EFE)

    Sin embargo, esta postura tiene algo de inesperado. En época de crisis, el deterioro de la imagen pública de quienes gobiernan se da por descontado: un grado significativo de descontento popular, articulado a través de protestas en las calles y de un rechazo cotidiano, se entiende parte del panorama. Pero que ese mismo desprecio aparezca entre las élites económicas, cuyos mecanismos de comunicación con el poder político suelen ser fluidos, sí introduce un elemento peculiar. En estos momentos complicados parece que los sectores financieros podrían ser, si no aliados fieles, al menos amigos de conveniencia. Y el movimiento ha sido el inverso, ya que el recelo respecto de los profesionales de la política ha arraigado especialmente de ese entorno. La rapidez con que corrió por esos círculos el artículo de César Molinas subraya hasta qué punto estamos ante un mensaje que ha calado profundamente.

    Ese rechazo revela algo más que una mera situación coyuntural. Que Molinas empleara como concepto central el de la “élite extractiva”, a la que tilda de gran “calamar vampiro” que se alimenta de las burbujas económicas que genera, no deja de resultar llamativo, en tanto se trata de un tipo de argumento que había sido aplicado con frecuencia al sector financiero, y que el economista vuelve hacia los políticos. No es extraño, por tanto, que la contestación que José María Lasalle, Secretario de estado de Cultura, dio en el mismo diario, pusiera los argumentos de Molinas a la misma altura que los del 15M. Si uno tildaba de parásitos a los otros, Lasalle se defendía actuando como si discutiera con perroflautas. En realidad, el episodio no es más que otro eslabón en la cadena de las tensiones que el mundo económico y el político está viviendo en los últimos tiempos. Puede que compartan los mismos foros, pero cada uno desconfía del otro más de lo que indican las sonrisas que lucen en las fotografías en las que aparecen juntos.

    La población castiga el despilfarro de los políticos. (Reuters)

    "Nosotros no nos equivocamos con las hipotecas basura"

    Llamo a un parlamentario popular para que me dé una explicación acerca de este deterioro de la imagen de los políticos. Me atiende amablemente, me emplaza para media hora después. Llamo entonces y no coge el teléfono. Lo intento más tarde, pero ya no habrá manera de ponernos en contacto. Trato de hablar con otro parlamentario, esta vez del partido socialista, y dice que me contestará sin ningún problema, siempre y cuando no aparezca citado. Es una constante: todo el mundo habla sobre el asunto, y no hay demasiado problema en recabar opiniones, pero casi nadie quiere aparecer entrecomillado en el reportaje.

    Me ha ocurrido antes con L. un técnico de primer nivel que lleva mucho tiempo en política, y que ha ocupado distintos cargos, tanto dentro de su partido como en diversas instituciones. L. es alguien que cree en su trabajo, cuyos comentarios no destilan distancia ni cinismo, y con el que he conversado en otras ocasiones acerca de tendencias sociales y de los diversos males que aquejan a España. L. percibe que la antipolítica está cada vez más instalada en nuestra sociedad, y responsabiliza de ello, en una medida notable, a las acciones del partido competidor. Pero entiende que, además, se ha instalado una retórica dañina en la que los datos objetivos no cuentan demasiado. “La gente no sabe que un ministro cobra 3000 euros y, cuando se lo dices, te contestan diciendo que se lo estarán llevando por otro lado”. El peligro, insiste, es que esa retórica también la ha asimilado el ámbito financiero. “Ellos se equivocaron, y se meten con nosotros. Es increíble, porque hoy están ocupando cargos políticos exempleados de Goldman Sachs. Es muy fácil hacer demagogia con los políticos y hablar de que somos las élites extractivas,pero nosotros no nos equivocamos con las hipotecas basura”.

    'La responsabilidad de la crisis es de los financieros y nos echan la culpa a nosotros'

    Llegamos al nuevo mundo 

    Hablo con Paul du Gay, un experto británico que goza de notable predicamento en el norte de Europa gracias a su En elogio de la burocracia (Ed. Siglo XXI), un texto en el que defiende algunas de las virtudes de las estructuras rígidas pasado, como la atribución bien delimitada de responsabilidades o los procedimientos impersonales que tendían a garantizar la igualdad de oportunidades. Du Gay conoce muy bien el ámbito de la gestión empresarial, ya que ha desarrollado buena parte de su carrera impartiendo docencia en escuelas de negocio, y ha estudiado la nueva gestión de las organizaciones públicas británicas, donde el roce entre los criterios financieros y los políticos fue muy habitual. La desconfianza entre ambos sectores está muy arraigada, habiéndose multiplicado durante las últimas décadas.

    Era necesaria una nueva mentalidad que nos llevase a tener contento no al jefe sino al cliente y a comprender que el individualismo está en decadenciaCita como ejemplo las discusiones suscitadas alrededor del programa llamado Próximos pasos, que se puso en marcha en la década de los ochenta en Gran Bretaña, y que recogía diez principios esenciales para reinventar la gestión pública.Hablaba de promover la competencia, de desplazar el control hacia los ciudadanos, de defenderlos mecanismos de mercado, de redefinir a lo usuarios como clientes y de descentralizar la autoridad. Sus diez principios se convirtieron en la guía para cualquier país de la OCDE que quisiera modernizar sus instituciones, ya que inculcaban entre administraciones y funcionarios, prácticas y hábitos típicos de la empresa privada. Los managers pensaban, me asegura du Gay, que había llegado la hora de introducir en las administraciones una mentalidad completamente distinta.

    Esta reacción contra los mecanismos burocráticos había sido liderada por grandes nombres de la consultoría empresarial, como Tom Peters, cuyo En busca de la excelencia se convirtió rápidamente no sólo en un éxito de ventas sino en el texto inspirador de las grandes transformaciones que las firmas desarrollaron en esa época. Dado que el mundo había cambiado y que operábamos en contextos muy distintos a los de los años 50 y 60, las tareas debían acometerse con una nueva mirada. Esa gente que iba al trabajo a cumplir rutinariamente, esos jefes que sólo querían controlar y esas estructuras que primaban el cumplimiento ciego de las normas carecían de sentido en el nuevo mundo. Era necesaria, afirmaba Peters, una nueva mentalidad que nos llevase a tener contento no al jefe sino al cliente, a entender la importancia del trabajo en equipo, a comprender que el individualismo está en decadencia, que el aprendizaje debe ser constante y que nunca nos debíamos lavar las manos ante un problema, aunque no fuese competencia nuestra. Era necesario un cambio de cultura, una tarea que requería nuevos líderes con funciones y habilidades radicalmente opuestas al modelo clásico. La gestión ya no tenía que ver con calcular o planificar, sino con inspirar y motivar, con hacer crecer a tu equipo, con saber navegar en la complejidad y con vencer las resistencias al cambio.

     
    Tom Peters fue el gran inspirador de los nuevos modos de gestión empresarial.
    Bajo estos criterios, la ciencia de la gestión se convirtió en el referente definitivo, también para la empresa pública, pero su implantación no fue pacífica. Hubo que disolver antes muchos problemas, generalmente planteados desde el lado político. Los dirigentes de los partidos hablaban otro lenguaje, lleno de trabas, impedimentos y regulaciones, de consideraciones electoralistas y de visiones ingenuas. Si hacían falta líderes para impulsar una nueva cultura, los políticos no parecían los más adecuados para situarse al frente. El mundo económico quería líderes, pero se encontró, argumentaban los expertos, con personas ancladas en el pasado que no estaban dispuestas a salir de su zona de comodidad y que sólo trataban de vivir lo mejor posible. Es cierto que emprendían reformas, pero solían hacerlo a regañadientes y sin compromiso alguno. El político, afirmaban los expertos de la gestión, tenía sus intereses y sus servidumbres, y eso le llevaba a actuar en muchas ocasiones en sentido contrario al que sería más útil para la sociedad.

    Eso les impedía darse cuenta de cómo tenía que cambiar por completo su perspectiva para conseguir los mismos fines que pretendían. Había que transformar las entidades públicas orientadas a prestar sus servicios de forma burocrática con nuevos criterios que priorizasen la consecución de buenos resultados económicos.Los objetivos y criterios de valoración de las administraciones debían ser financieros y el énfasis debía situarse en la eficiencia, por lo que el director ejecutivo se convertía en una figura de gran importancia, en tanto responsable primero de la contabilidad. Había que eliminar el déficit y ello sin provocar una merma en los servicios, lo cual era del todo posible, según los expertos, porque al mejorar la eficiencia, consiguiendo hacer más con menos, se podía atender las obligaciones políticas e institucionales y, al mismo tiempo, dar cuenta de las financieras.

    Los políticos actuales, por más que utilicen el lenguaje del mercado y que asuman sus principios, no han dejado de ser burócratasEsa misma perspectiva es la que está en juego en las soluciones que se barajan sobre la crisis, pero elevando un par de peldaños las dimensiones de su acción. La crisis de la deuda no exige sólo que las entidades que conforman las administraciones sean gestionadas de otro modo, sino que lo sea el mismo país. Los criterios de responsabilidad financiera, de ausencia de déficit y de cumplimiento puntual de las obligaciones poseen el mismo espíritu que imbuía el Next Steps, ahora aplicados a gran escala. Y también, según los analistas privados, con resultados beneficiosos en todos los ámbitos: en la medida que las cuentas del estado arrojen un balance positivo, se generará confianza en el país, el crédito fluirá a unos tipos adecuados y regresarán las inversiones. De lo que se trata, una vez más, de hacer más con menos, de crear riqueza a partir de un menor y mejor gasto público.

    Pero, para conseguir estos objetivos, ha de operarse una transformación de entidad superior a la que pensamos. Hablamos de un cambio de modelo, no de una pequeña variación en el existente, y eso plantea enormes resistencias. Los políticos deberían convertirse en gestores, orientándose hacia la eficiencia y la rentabilidad más que a la búsqueda de la rentabilidad, y no están acostumbrados a ello. Es algo que les desagrada más de lo que reconocen.

    Esa visión precisa sobre cuál debe ser el comportamiento de los políticos, que se ha consolidado plenamente entre las élites económicas, no deja de ser peculiar, ya que entiende que los dirigentes actuales, por más que utilicen el lenguaje del mercado y que asuman sus principios, no han dejado de ser burócratas que aspiran secretamente a regresar a modos pasados de gestión.