La economía española padece tres burbujas: financiera, productiva y estatal. Una ha tendido a generar a la otra, no están separadas. La primera, la financiera, es probablemente la más importante, pues quizá si no se hubiese producido nunca se habrían dado las otras dos. En la década anterior, esta burbuja se alimentó de una expansión crediticia brutal por parte de las rebajas de los tipos de interés aplicadas por el Banco Central Europeo.
La sobredimensión del crédito barato disponible en España dio lugar a la segunda burbuja, la productiva. Fue un espejismo de falsa prosperidad, como se vio principalmente en la “burbuja inmobiliaria”. En cualquier caso, toda la economía nacional dependió durante estos años de comprar a crédito barato.
Por último, esa actividad artificial que permitió incrementar de manera muy notable el PIB y generar miles de puestos de trabajo generó también la burbuja estatal. Al incrementarse en 175.000 millones de euros los ingresos de las arcas públicas entre 2001 y 2007, las Administraciones comenzaron a consolidar un nivel de gastos absolutamente insostenible, cuya financiación desaparece cuando colapsa la burbuja. Obviamente, el colapso de la primera de estas tres burbujas ha desencadenado el de las otras dos.
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