Las entregas anteriores de esta colección han repasado el trato entre Margaret Thatcher y dos de sus economistas de referencia: F. A. Hayek y Milton Friedman. Con el austriaco, laDama de Hierro consolidó una amistad basada, principalmente, en la admiración de Thatcher por la filosofía política de Hayek. Con el estadounidense, la Primera Ministra entabló una relación de trabajo marcada por las exigentes recomendaciones de Friedman en materia de política económica.
La amistad entre ambos y la coincidencia en muchas de sus recomendaciones a Thatcher no evitó ciertos puntos de fricción entre ambos economistas. En cierto modo, es entendible que las diferencias entre la Escuela de Chicago y la Escuela Austriaca generasen interesantes debates entre ambos. Por suerte para los británicos, numerosos think tanks y medios de comunicación recogieron la influencia de estos diálogos.
En esa síntesis de conservadurismo y liberalismo que hoy llamamos thatcherismo, Friedman y Hayek ocuparon un rol especialmente importante, especialmente a finales de los 70 y comienzos de los 80. El resultado de las políticas económicas liberales que aplicó Margaret Thatcher fue más que notable: dos millones de nuevos puestos de trabajo, medio millón de nuevas empresas, fortalecimiento de las clases medias, fin a la conflictividad laboral, recuperación del crecimiento, abandono de la irresponsabilidad tributaria, freno al crecimiento sistemático de la inflación, etc.
Los mismos adversarios laboristas que tanto criticaron a Thatcher, Hayek y Friedman acabaron reconocimiento la importancia de promover el capitalismo como eje de desarrollo. Tony Blair, líder del Partido Laborista, se encargó en los años 90 de deshacerse de la Cláusula IV de los Estatutos de su partido, para así abandonar por completo la pretensión de convertir al Estado en el eje conductor de la producción y la economía británica.
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