José Luis Rodríguez Zapatero ha sido un socialista ejemplar, razón por la cual ha dejado España sumida en la peor crisis de su historia reciente, que es lo que siempre ocurre cuando los socialistas gobiernan. La única virtud que le distingue de la anterior calamidad socialista que hubimos de padecer, Felipe González, es que bajo su mandato sus compadres han robado bastante menos. Salvo en Andalucía, claro, pero allí es que hay un hecho diferencial, consistente en la amalgama de intereses cruzados entre el socialismo corrupto, valga la redundancia, y una sociedad civil anestesiada con el PER y otras gabelas, lo que hará inviable la regeneración de tantos miles de trincones hasta que la Pesoe no lleve una década en la oposición tirando por lo bajo.
La adolescencia intelectual de Zapatero –y paso a enumerar puntos en los que pierde en la comparación con Míster X–, su profunda ignorancia, nula preparación y total ausencia de sentido histórico –el más importante de los sentidos de un gobernante–, han hecho que, además del desastre económico que siempre provoca el socialismo, en esta ocasión hayamos de agregar al balance de estragos una crisis institucional que probablemente ya no tenga remedio.
Desde que ZP se empeñó en sacar adelante un nuevo estatuto catalán, la unidad nacional y la igualdad de todos los españoles son una entelequia que ya ni siquiera se creen los votantes socialistas, cuyas tragaderas ideológicas, como es bien sabido, no tienen parangón.
Pues bien, el buen hombre se va del cargo porque así lo ha decidido él, de común acuerdo con Sonsoles, y no porque los españoles le hayamos señalado el camino a la puerta, aplicándole de paso un empujoncito metatarsiano en el coxis, que es exactamente lo que se merece. Y lo que nos merecemos, para qué vamos a engañarnos.
Tan sólo el trompazo brutal que el socialismo autonómico va a recibir en la noche del 22 de mayo nos servirá de consuelo por no poder ver a Zapatero asumiendo su propia derrota electoral, que probablemente sería la más contundente de cualquier partido socialista desde la II Guerra Mundial. La Providencia, sin embargo, nos ha de permitir un cierto resarcimiento con la presencia de los postulantes a suceder a la calamidad circunfleja, pues con los felipistas haciéndose ricos en la empresa privada y los guerristas más que jubilados el PSOE es puro zapaterismo.
La revolución social anticristiana, la nación española discutida y discutible, la economía sostenible, la memoria histórica y la alianza de civilizaciones son los grandes campos especulativos en los que el socialismo español trabaja para ofrecer un proyecto ilusionante a sus todavía votantes, que han perdido el trabajo, el paro, la casa –a manos del banco– y el coche de segunda mano –a manos de la querida– pero son la leche de felices pensando en lo bien que gestiona el PSOE los nuevos derechos de ciudadanía.
Incluso aunque el sucesor de Zapatero reniegue públicamente de su legado, es evidente que el partido está ya hecho a su imagen y semejanza, desde Leyre Pajín y la señorita Trini hasta el último votante de Puerto Hurraco. Ahora bien, el batacazo que las urnas le tenían reservado a ZP se lo tendrá que comer el mártir que le suceda, lo cual, no me negarán, es una operación brillante donde las haya. La Sonsoles, que es una genia.
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