Hace algunos años, un renombrado economista me tildó de ignorante cuando apunté mi profundo escepticismo ante lo que declaré como falso dogma: que nuestro sistema bancario era sólido y saneado.
No encajaba en mi sentido común que el frenesí especulativo fundamentado en créditos exteriores a bajo interés casara con una economía realmente viable. "El mercado marca el valor", sentenció. Pero la realidad es tozuda y la economía que se fundamenta en la creación de la riqueza, y no en operaciones más propias de casino, termina por imponerse.
Estamos sufriendo el desastre en el que cajas de ahorros nos han sumido como consecuencia de una política disparatada, inversiones inmobiliarias y financiación de elefantes blancos decididas por ilustres próceres que han dejado las entidades de ahorro locales a los pie de los caballos.
Las cajas de ahorros no están dirigidas por inaccesibles banqueros? sino por inmediatos consejeros directamente nombrados por partidos políticos y sindicatos. ¿Se acuerdan del navajeo fratricida entre populares por el control de Caja Madrid?
Aquellos proyectos faraónicos, aeropuertos sin aviones, parques temáticos fracasados, espectaculares obras de gran fachada y vacío contenido, la especulación inmobiliaria pura y dura, se realizaron gracias a las decisiones de las que los partidos políticos son directos responsables.
Y ahora, con el dinero de todos, los políticos enjuagan la orgía financiera en la que nos metieron y de la que (con la excepción del socialista Álvarez Moltó) aquí no responde nadie.
Los beneficios son de unos cuantos y las pérdidas de todos. Inasequibles al desaliento e impasibles el ademán, están presentes en SU afán. La culpa, como dice la canción, fue del chachachá.
Cuando observo cómo en una remota isla nórdica, con toda lógica, se exigen responsabilidades penales a banqueros y políticos (¡¡entre ellos, al anterior presidente!!), me embarga una profunda envidia, una inmensa desesperanza.
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