Euro implosión
Ramón Cota Meza
Para formarnos una idea de la crisis financiera de la zona euro, tripliquemos el monto de la deuda externa de América Latina en los ochenta; añadamos el impedimento de los países de devaluar por tener moneda común; que el ajuste cae directo sobre salarios, prestaciones y bienes y gasto público, y que los impuestos aumentarán al máximo posible. ¿Cómo podrá la economía reiniciar el crecimiento?
Dejemos de lado las consecuencias continentales y globales del eventual incumplimiento de Grecia o de algún otro país y preguntemos por el futuro de la Unión Europea. Ya que la emergencia de un poder imperial que ponga orden se antoja imposible por el repudio de los propios europeos, lo más probable es que las revueltas desemboquen en afirmaciones nacionales que debiliten la unidad política del continente.
No hay que verlo como catástrofe. La unidad actual es más burocrática que real, así que las afirmaciones nacionales podrían sentar bases de unidad más sólida a largo plazo. Entre tanto, las tensiones dentro y entre los países crecerán porque la carga del ajuste será severa, mientras los sectores afectados no están preparados para soportarla y carecen de organización y horizonte programático.
No descartemos la invención de soluciones inéditas por el genio europeo, pero ese espíritu ha estado ausente demasiado tiempo. La decadencia espiritual de Europa empezó hace unos cien años. De haber sido el centro del mundo y motor de su transformación por más de 1,500 años, Europa fue apagando su faro universal y empezó a centrarse en sí misma. El punto de quiebre fue el desenlace de la Segunda Guerra Mundial.
La Europa de posguerra se recupera y sienta bases de unidad pero, inmovilizada entre Estados Unidos y la Unión Soviética, deja de aportar ideas e iniciativas al mundo. Sin horizonte de expansión, sus artistas y filósofos se volvieron decadentes y sombríos. A la caída del comunismo, Europa resucitó sólo para institucionalizar su ensimismamiento con acuerdos continentales, mientras se plegaba al capitalismo angloamericano.
La indiferencia europea hacia el mundo quedó comprobada en la guerra de los Balcanes, cuyo peso recayó en Estados Unidos, asombrado de la apatía de Europa ante una guerra de odio atroz en su frontera sudoriental. Los angloamericanos acuñaron la expresión “euroescépticos” para ese estado de ánimo. Por desgracia, el vacío no se limita a las élites sino que envuelve a toda la sociedad consumista europea.
“En su calidad de consumidor, el europeo de fin de siglo es consciente de su posición en el vacío. Ya no está condenado a la libertad sino a la frivolidad. Es frívolo quien, sin tener razones de peso fundadas en la naturaleza misma de las cosas, tiene que decidirse por esto o lo otro: el color turquesa o el carmesí, el teriyaki de salmón o el carré de cordero (…) con plena consciencia de que podría ser igual de otro modo” (Si Europa despierta, P. Sloterdijk).
La nueva virtud europea es carecer de una idea del mundo como totalidad: pérdida de centro, metafísica del consumo, privilegio de la vivencia, desconocimiento de las jerarquías. “La idea de que las generaciones actuales tienen que trabajar y disfrutar como si tuvieran que ocupar el puesto de las generaciones perdidas precedentes quizá desempeña una función importante en la nueva frivolidad europea” (Sloterdijk).
Aun las protestas contra el ajuste económico parecen trasminar este ethos. Los “indignados” españoles no han formulado un pliego de demandas porque antes deben ser aceptadas por todos; lo contrario sería intolerancia, discriminación de minorías, etc. Tampoco tienen voceros para evitar que surjan jerarquías. Asumen que la “vivencia” de su protesta basta para que el gobierno los obedezca (como si estuvieran ordenando en un restaurante).
No sorprende que los buenos análisis de la crisis financiera provengan de Estados Unidos, Inglaterra y otros países, no de Europa continental. Bien harían los “indignados” si se pusieran a estudiar el ciclo económico que los azota en vez de hacer desplantes de indignación. Verían que la economía no se limita al consumo sino que obedece a factores cuya comprensión nos ayuda a estructurar la mente. Hasta de terapia podría servirles. ¡Sapere aude!
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