Cada día despertamos con un nuevo sinsentido de quienes en lugar de enredar, deberían resolver. Me refiero a nuestra casta política, de la que la ciudadanía desconfía con sobrada razón. Los Partidos Popular y Socialista conjugan, sin reconocer esquizofrenia, declaraciones de austeridad presupuestaria… con una práctica ubicada en las antípodas.
En los últimos tres años, ¡y en plena crisis!, el Estado –el autonómico y municipal de cada partido y el central del PSOE– ha creado ¡244.000 nuevos funcionarios! La contabilidad oficial es infiable, así las finanzas internacionales han empujado el tipo de interés del bono español al 5,48%. ¿La causa? La certeza de que ante el cambio de Gobiernos autonómicos y municipales se descubrirá el mismo agujero negro encontrado en Cataluña: una deuda pública que doblaba a la declarada.
Y si de lo categórico pasamos a lo anecdótico, cómico si no fuera indignante, su excelentísima excelencia el muy izquierdista, progresista y socialista ex presidente de Extremadura –la comunidad más pobre de España– precisa para su dignidad institucional dos millones de euros en gastos, cuatro servidores, cuatro vehículos oficiales... los ex gobernadores del Estado de California –cuyo PIB es superior al de España– ni sueñan con disfrutar semejantes prebendas.
Y como en el puchero todos meten la cuchara, recordemos al Ayuntamiento de Madrid, cuyo parque móvil tiene más coches –y chóferes– que toda la comunidad y ayuntamientos juntos. Y en Valencia la Caja de Ahorros del Mediterráneo zozobrando tras las alegrías, fastos y gastos del gürteliano Camps con sus mitománicas pirámides de Terra Mítica, Premio Fórmula 1, proyectos urbanísticos en el Turia o un aeropuerto del que jamás ha despegado un avión.
Es de aurora boreal que los que prometen de futuro hicieron de pasado y presente exactamente lo contrario que ahora predican. Puedo confiar en la castidad de un convento, no en la de un burdel de acreditada fama.
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