La economía española atraviesa por un momento especialmente complejo. Después de un periodo de relativa estabilidad financiera, ganada por los planes de ajuste fiscal y las reformas programadas por el Gobierno, las estadísticas de crecimiento y las dudas sobre el cumplimiento exacto de los objetivos de déficit pueden suponer un nuevo lastre para la credibilidad de la deuda. El Instituto Nacional de Estadística confirmó ayer, en la línea del Fondo Monetario Internacional, que la economía española está creciendo a una tasa anual del 0,8% (0,3% durante el trimestre), un ritmo insuficiente para crear empleo y para mejorar las expectativas de ingresos públicos. La Comisión Europea, siguiendo este hilo argumental, anunció que España tendrá que tomar medidas adicionales de ajuste (más recorte de gastos, subida de impuestos) para compensar la leve desviación prevista de déficit (6,3%, frente al 6% previsto).
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Es una espiral bien conocida. Para garantizar la solvencia ante los inversores se deben ejecutar contracciones fiscales que, a su vez, frenan el ritmo de crecimiento y, por tanto, comprometen los objetivos de déficit. Pero no todos los males son imputables a las exigencias de austeridad. España se ha distanciado de las expectativas europeas de crecimiento (la eurozona está creciendo a una tasa anual del 2,5%), porque el crash inmobiliario ha situado la tasa de paro en torno al 20% con las consecuencias que un desempleo tan elevado tiene para la demanda interna y porque cuando el PIB crecía por encima del 3% los gobiernos no se preocuparon de asegurar superávits primarios. Tanto el FMI como la Comisión Europea han caído en la cuenta de las consecuencias terribles del paro en España, del daño social que causa el hecho de que los jóvenes con preparación no tengan trabajo y de las dificultades para recuperar tasas de crecimiento superiores al 1,5%.
Sin paños calientes, tanto el FMI como Bruselas tienen gran parte de razón, y su análisis no difiere en lo sustancial del del Ejecutivo español. La economía española difícilmente alcanzará crecimientos apreciables solo con el tirón de las exportaciones o con la resurrección del turismo. Necesita urgentemente una reactivación del consumo, que resulta muy difícil con un 20% de desempleo. La lógica conduce a pensar que el Gobierno tendrá que afrontar esta contradicción con un plan adicional de ajuste que corrija el exceso de déficit (plan que seguro que el Ministerio de Economía ya tiene elaborado) y, al mismo tiempo, con medidas excepcionales de choque para aumentar el empleo, la confianza y en la medida de lo posible, el consumo. Las reformas (financiera, laboral) son útiles, pero se retrasan y sus efectos se notan a medio plazo. Este es un momento excepcional. España no puede rezagarse en la recuperación debido al lastre del desempleo, ni puede permitirse el lujo de verse asociada a los casos difíciles de Grecia, Irlanda o Portugal, peligro que hasta ahora ha sorteado muy bien.
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