El PSOE mira al futuro en el espejo retrovisor del felipismo coronando por aclamación al hombre al que cualquier adjetivo maquiavélico parece que se le queda corto para armar un perfil que recoja todas sus facetas. Un hombre con mil caras, o máscaras, en función de quién sea su interlocutor. Alfredo Pérez Rubalcaba, hijo de aviador de Iberia, cántabro de nacimiento, instruido en el elitista colegio de El Pilar y químico de profesión, se ha convertido en la tabla de salvación de un partido que se aferra a él como único flotador contra otra debacle sin precedentes en las urnas. “Rubalcaba no se ha propuesto, lo hemos ido a buscar”, ha explicado gráficamente el número dos de Manuel Chaves, Gaspar Zarrías. “Creemos que es quién mejor puede unir al PSOE y liderar un proyecto”.
Para muchos socialistas, Rubalcaba es un ejemplo raro de ave fénix capaz de abrasarse apoyando a José Bono, su confesor particular también en estas últimas horas de zozobra, en el Congreso que aupó a Zapatero al sillón de Pablo Iglesias. Después, resurgió otra vez, como uno de los pocos cincuentones capaces de sobrevivir a la poda generacional de Zapatero. Y no sólo eso, capaz de limar afinidades para volver a colocarse, por méritos propios, a la sombra del nuevo líder. “Su gran mérito es haber sobrevivido”, reconocen los que más le conocen.
Siempre ha estado allí. Desde 1982. Como el dinosaurio del cuento, pero en este caso, cobijado en la gran red de los gobiernos del PSOE. Y eso, a pesar de que llegó a la burocracia de la administración siendo un completo desconocido y procedente de la Facultad de Químicas de la Universidad Complutense, donde se había desfogado políticamente liderando el movimiento y las protestas de los PNN de finales de los 70. Su primer destino fue como director de gabinete de la secretaría de Estado de Universidades, un puesto de rango menor al que, según dijo a sus amigos más cercanos, pensaba estar solo unos meses... Y aún no ha vuelto a la facultad.
Una partida de póquer
Porque si algo deslumbra de Rubalcaba, el presidente bis o el triministro de Moncloa, es su capacidad para jugar con dos o más barajas y con las cartas marcadas para convertirse en el tahúr ganador de todas las partidas. Salvo cuando hace apuestas por otro (sea Bono o sea Trinidad Jiménez, donde se revela como un pésimo gurú). Un portavoz de uno de los grupos minoritarios del Congreso reconoce su habilidad para la negociación: “Te da la impresión de que está jugando siempre una partida de póquer. Pero es un jugador de póquer que sabe, que hace conteo, que tiene toda la baraja y sabe todas las cartas que van quedando. Y da la sensación, cuando habla contigo de que se está guardando cartas”.
Muchos han querido ver en él, por eso, a la reencarnación del mismísimo Joseph Fouché, el temido ministro de la Policía de Napoléon, cuya fuerza, según Stefan Zweig, residía en “su inconmovible sangre fía” y en que “los nervios no le dominan, los sentidos no le seducen, toda su pasión se carga y descarga bajo la impenetrable pared de su frente”.
El símil es otro cliché manido para encuadrar la personalidad del vicepresidente. Pero Rubalcaba, incansable leedor de novela negra sueca, ha aprendido de sus personajes policiales buena parte de sus características y algo de Fouché sí que tiene. “Es uno de los pocos políticos que cuando te mira a los ojos te taladra”, explica el mismo portavoz. “Un tipo que siempre fuerza esa sensación de serenidad, que escenifica la no prisa y la serenidad. Es como si no tuviera prisa aunque el reloj le esté atosigando”.
De ‘fontanero’ a estrella de la pista
José María Maravall lo descubrió en la fontanería de su ministerio de Educación y fue cediéndole, entonces, parcelas de poder hasta que Rubalcaba se convirtió en el verdadero artífice de las políticas del departamento de la calle Alcalá. Fue, por ejemplo, quien selló la paz con los estudiantes de las revueltas del ‘Cojo Manteca’ invitándoles a una comida en un exclusivo restaurante o quien ideó, formuló y pactó con las fuerzas políticas, ya con Javier Solana como ministro, la polémica LOGSE. “Le conocí por primera vez entonces”, recuerda el hoy senador del PNV, Iñaki Anasagasti. “Su estrategia era pactar con todos y conseguir aislar al PP”.
Quizá, de esa fijación de entonces surgiera la política del cordón sanitario contra el PP que facilitó la geometría variable con la que Zapatero gobernó con tranquilidad durante la primera legislatura a pesar de no tener la mayoría absoluta. Como portavoz en el Congreso jugó durante esos primeros años una pieza clave como ‘desatascador’ de buena parte de los conflictos de entonces, como el Estatut de Cataluña. Zapatero, que ya lo había incorporado a su núcleo de confianza poco tiempo después del 35 Congreso del PSOE, llegó a decir a sus amigos que “solo hay en España un político capaz de pactar con cinco partidos a la vez y ése es Rubalcaba”.
El único también de unir a dos generaciones del socialismo que lo ven como “una solución de urgencia, jamás a largo plazo” para liderar el partido en estos momentos de zozobra. Fue otro tremendo golpe político en el PSOE, el que acabó con la trayectoria de Alfonso Guerra por los chanchullos de su hermano, los que le hicieron emerger, en 1992, a la primera línea tras más de una década como fontanero del poder. Sustituyó a Solana como ministro de Educación y, un año después, González se aprovechó de su talento para situarlo como ministro portavoz de un Gobierno atosigado por los escándalos económicos y políticos. Rubalcaba, hábil comunicador, de quién se ha dicho que hasta supervisa los cierres del diario El País, quizá otra exageración para su biografía, aún recuerda esas ruedas de prensa de cada viernes como un verdadero suplicio y marcadas por el Gal y otro sinfín de casos de corrupción. “Dios mío, volver a La Moncloa! Ya estuve allí y no quiero volver”, decía en una confesión que hoy suena a tomadura de pelo, al escritor Juan José Millas el pasado verano. Sea como fuere, Rubalcaba se ha ganado también el apelativo de ser el hombre de PRISA, y antaño de Polanco, en el Gobierno. Un imperio en el que se introdujo también de la mano de Maravall.
“Es un enorme seductor”, le describe uno de sus amigos de infancia y también colaborador suyo en la etapa de Educación. “Está hablando contigo dos minutos y en seguida te da la sensación de que ha sido amigo tuyo toda la vida. Tiene esa naturalidad y ese sexto sentido para decirte lo que estás deseando oír. Sabe implicarte y sabe seducirte. Y cuando tiene algún problema o alguna propuesta deshonesta que hacerte, le sabe dar la vuelta para que te creas que te está haciendo un favor”. Ése debe ser su secreto, su talento oculto, para haber llegado hasta aquí, sin rivales, dejando fuera a Carmen Chacón y su marido Miguel Barroso, y habiendo unido su destino al de Patxi López, a quien podría ceder el testigo cuando concluya esta operación para salvar los muebles.
Millás le preguntó que cómo se retrataría a sí mismo. Y el Fouché ibérico citó a un detective de novela negra para concluir: “Si no fuera malo, estaría muerto, y si no fuera dulce, no podría vivir”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario