Bombero después de pirómano
24-08-2011 | 21
Genio y figura, Zapatero se ha autorretratado en el Congreso.
Genio y figura, Zapatero se ha autorretratado en el Congreso. Estaba anunciado el decreto ley de los parches “inconexos y aislados” y el presidente salió con una sorpresiva reforma constitucional para garantizar la estabilidad presupuestaria. Lo cual demuestra que, además de ser un fiasco, Zapatero es un oportunista, un impostor y un administrador desleal. Oportunista, por adoptar ahora, con siete años de retraso y en vísperas de unos comicios adversos, una medida necesaria para cortar la hemorragia de gasto público. Impostor, porque la idea la propuso Rajoy hace más de un año y el Gobierno socialista no sólo la rechazó sino que el ahora candidato Pérez se mofó de ella. Y un administrador desleal, porque si –como asegura el propio Zapatero– el ahorro que supondría la medida es de 3.000 millones de euros, España se hubiera ahorrado la bonita cifra de 21.000 millones si el techo de gasto se hubiera fijado hace siete años cuando Zapatero llegó a La Moncloa.
Vaya por delante que la propuesta no tiene contraindicaciones constitucionales, en contra de lo que la izquierda propala en Twitter. Es ridículo hablar de “golpe de Estado” como dicen alegando que la reforma constitucional precisa un referéndum. Puede tramitarse como proposición de ley, sin necesidad de convocar referéndum, salvo que lo pida el 10% de los diputados o senadores, lo cual parece bastante improbable porque PSOE y PP suman abrumadora mayoría en las Cámaras. Y la posibilidad de que el PSC se salga de la tangente, rompiendo la disciplina de voto, resulta francamente remota. Tampoco hay nada que objetar del contenido de la medida. Lo malo es que presentarla justo en este momento deja en evidencia que la ineptitud del zapaterismo discurre pareja con su caradura. Si Zapatero ha dejado transcurrir siete años sin mover un dedo es dudoso suponer que habría dado el paso si Merkel y Sarkozy no hubieran propuesto la semana pasada que los 17 Estados miembros adoptaran en sus respectivas constituciones, reglas para garantizar el equilibrio presupuestario. La política española se mueve a impulsos espasmódicos, siguiendo los dictados de Europa. Ocurrió el año pasado cuando le obligaron a aplicar tijeretazos a la fuerza y vuelve a ocurrir ahora cuando le imponen el techo de gasto.
Pero ZP hace de la necesidad virtud. No importa que implique una desautorización a Rubalcaba, que ha tenido que tragarse las palabras con las que se carcajeó de Rajoy cuando, en junio de 2010, este propuso fijar constitucionalmente el techo de gasto. “Como todos sabemos –dijo Rubalcaba en tono de burla–, la Constitución es una ley que se cambia fácilmente y en un plis plas nos arregla la crisis”. Pero un año después pasa por la tremenda vergüenza de aceptar una reforma-relámpago de la Carta Magna, sólo porque Zapatero “me convenció anoche” (es decir, en un plis plas). El candidato socialista alude al consenso para justificar su forzada caída del caballo: “Pensé que un gran acuerdo entre el PP, el PSOE y el Gobierno para luchar contra el déficit podía ser muy importante”. Lo cual tiene gracia viniendo de quienes han excluido al PP, confinándolo en el cordón sanitario, o se han tomado a guasa sus preguntas en las sesiones de control parlamentario.
A pesar de todo esto, el PP ha actuado de forma irreprochable al secundar la iniciativa, por pura coherencia consigo mismo y porque su contenido es beneficioso para la economía española, aunque lamentablemente llegue tarde y aunque quien lo proponga sea un pirómano disfrazado de bombero.
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