domingo, 19 de noviembre de 2017

El padre jesuita Juan de Mariana, en su obra De rege et regis institutione “Sobre el rey y la institución real” (1598)

El padre jesuita Juan de Mariana, en su obra De rege et regis institutione “Sobre el rey y la institución real” (1598), considera el tiranicidio como un derecho natural de las personas. Cualquier ciudadano –explicaba– puede con justicia asesinar a aquel rey que se convierta en tirano por imponer impuestos a los ciudadanos sin su consentimiento, expropiarles injustamente su propiedad o impedir que se reúna un parlamento democrático. Esta doctrina fue utilizada para justificar el asesinato de los reyes tiranos franceses Enrique III y Enrique IV.
No sorprende que el libro de Mariana fuera quemado en Paris por orden del gobierno. Los monarcas españoles tampoco estaban muy complacidos con la doctrina del tiranicidio, pero no prohibieron el libro porque estaba escrito en latín, lo que dificultaba la popularización de sus radicales ideas. El tirano que “sustrae la propiedad de los particulares y la saquea…”, como lo describía Mariana, no era muy diferente a los dictadores y caudillos de hoy. Los tiranos –dice– intentan perjudicar y arruinar a todo el mundo, pero dirigen sus ataques en especial contra los hombres ricos y justos.
El padre Mariana afirma que en ningún caso puede el gobernante considerarse propietario de los bienes de los ciudadanos. No puede por ende imponer impuestos a los ciudadanos sin el acuerdo de los mismos, ni puede crear monopolios estatales, dado que las mismas no son sino entidades destinadas a imponer cargas tributarias. Tampoco puede devaluar la moneda (reduciendo el contenido de oro o plata de las mismas), lo que inevitablemente conduce al aumento de los precios. El tirano –decía– es el que “todo lo atropella y todo lo tiene por suyo”, en cambio, el rey justo restringe sus codicias dentro de la razón y la justicia.
En la misma tradición de los escolásticos, el filósofo inglés John Locke (1632-1704), en base al derecho natural desarrolló su teoría política sobre el origen de la legitimidad de los gobiernos, la propiedad y sobre todo, el derecho de resistencia a una autoridad injusta, y en última instancia, el derecho a hacer una revolución. El criminal –dice– al violar la ley de la naturaleza, muestra que se guía por reglas diferentes a la razón y la equidad, que Dios estableció para regular la acción humana.
El racionalismo lockeano asegura que todo asesino es un peligro para la humanidad, por lo que cualquier ciudadano tiene el derecho a eliminarlo, como a bestias salvajes entre las que el hombre no puede vivir. “Quién derrama la sangre de un hombre está sujeto a que otro hombre derrame la suya”. Para evitar la violencia entre los hombres surge el gobierno civil. Pero el tirano, que intenta poner a los hombres bajo su poder absoluto, se pone en una situación de guerra con la sociedad. Esto hace que sea legal el tiranicidio o que un hombre mate al tirano.
Los tiranos no han cambiado en los últimos 400 años. Siguen pisoteando la libertad de los ciudadanos y la libre expresión por temor a que aquellos a quienes oprime puedan intentar derrocarlo, como explicaba Mariana. Lo único que ha cambiado es que rara vez se considera al derecho natural como moralmente superior al poder del Estado. Eliminar a un tirano que exterminó y torturó a miles de personas, es considerado ilegal y políticamente incorrecto por los defensores de los derechos humanos de los déspotas.
No obstante, un gobernante –incluso electo democráticamente– que persigue, tortura y asesina a sus adversarios, sabe que está expuesto al tiranicidio. Pues, no cabe duda que para los pueblos es legítimo y moral destruir a los tiranos que los esclavizan, roban y matan, como ilustrara el jesuita Juan de Mariana.

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