¿Qué causas explican que el nivel alcanzado por el desarrollo económico de España (apreciado por la renta por habitante), que suponía dos tercios del británico durante las guerras napoleónicas, se situara en la mitad en 1930? Tal es la pregunta cuya respuesta ha ocupado las mejores horas de la investigación de los historiadores de nuestra economía. Hoy disponemos de un poblado inventario de interesantes hipótesis explicativas. La investigación realizada por el profesor Leandro Prados (por encargo de la Fundación FIES de las Cajas de Ahorro Confederadas) y recientemente publicada por Alianza Editorial, constituye una aportación decisiva para responder a esa pregunta sobre las causas de nuestro insuficiente desarrollo económico y los escenarios en los que el mismo se decidió. La importancia -y la novedad- de la respuesta del profesor Prados reside en acumular las respuestas disponibles y carearlas con los hechos realizando el gran esfuerzo de forjar las cifras para esa contrastación empírica.Atraso relativo es la respuesta de Prados a la pregunta anterior. En la vida económica -como en el cuento de Alicia- no basta correr para permanecer en el mismo lugar. España corrió económicamente como nación de 1790 a 1913, pero los demás países europeos apresuraron su marcha y nos dejaron atrás. No hay estancamiento ni decadencia económica de España. Hay atraso relativo respecto de los países de Europa occidental.
¿Por qué ese atraso relativo de la economía española? Para el profesor Prados, ese atraso no se impuso por causas externas o exógenas. Ni la pérdida del imperio colonial ni la dependencia del exterior explican nuestro atraso. Como ha afirmado el profesor Tortella, "el atraso económico español fue cosa nuestra. Podemos achacarlo a nuestros problemas políticos, a nuestra estructura social, quizá incluso a nuestros limitados recursos naturales, pero no a la férula extranjera". España no logró el éxito en su industrialización del siglo XIX, pero ese fracaso fue autóctono.
La búsqueda de las explicaciones internas (endógenas) del atraso económico de España combina distintas hipótesis que los historiadores de nuestra economía han propuesto y que el profesor Prados sitúa en la escala que autorizan los datos disponibles:
1. La clave del fracaso de la revolución industrial en España no residió en el estancamiento de la producción agraria. Los datos sí muestran la importancia del sector agrario tradicional, dominado por el cultivo extensivo de cereales-leguminosas, pero ese sector registró tasas positivas de desarrollo, aunque con crecimientos de su productividad inferiores a las europeas que creaban un mercado interno con demanda débil e insuficiente para impulsar el desarrollo de la industria y los servicios. España no explotó suficientemente sus ventajas comparativas para lograr una mejora de su producción rural, que se encontraban en las frutas y verduras, en los cultivos industriales y en los productos ganaderos y forestales. Un proteccionismo arancelario excesivo ancló la dedicación de la tierra al cultivo tradicional de los cereales, mientras el régimen de propiedad de la tierra y la falta de una reforma agraria obstaculizaron el crecimiento de la productividad.
2. La industria no trató de compensar las limitaciones del mercado interno con la baza del mercado exterior. Las industrias líderes de nuestro proceso de crecimiento -la textil y la siderúrgica- constituyen un ejemplo de ese comportamiento que, amparándose en un proteccionismo integral, buscaron sus rentas en un mercado interno cautivo por el arancel en vez de hallarlas en la exportación y en el mercado mundial. Nuestro proteccionismo integral fue muy distinto del proteccionismo selectivo italiano, que orientó mejor su industria y facilitó su presencia en los mercados exteriores.
3. Un sector exterior débil, con cortas exportaciones e importaciones perentorias, llevó hacia el déficit permanente a nuestra balanza comercial, limitando así el desarrollo económico interno. Todo ello producto de una política comercial basada en un arancel integralmente protector y en un tipo de cambio sobrevalorado de la peseta que cerraban el paso al crecimiento del comercio de exportación y a las ventajas decisivas de la integración de nuestra economía con la mundial.
4. Un continuado intervencionismo estatal ignoró las ventajas de la economía de mercado y reguló precios y producciones con daño para la asignación de los recursos hacia sus mejores utilizaciones.
A esos cuatro escenarios de nuestro atraso destacados por Prados, otros investigadores (P. Tedde, Comín, P. Martín Aceña) han añadido la importancia de los desequilibrios financieros, pues una política presupuestaria, crónicamente deficitaria, agravó los desequilibrios de la economía e impidió la práctica de una política monetaria activa capaz de estabilizar los precios y el tipo de cambio. La existencia, además, de un sistema financiero que no fue capaz de modernizarse no ayudó -como debía- al desarrollo de la economía en condiciones de estabilidad.
La atención de los escenarios anteriores, hacia los que atrae la atención Leandro Prados, quizá no altere las visiones tradicionales del atraso económico español, aunque las matice en tres puntos decisivos.
Pasa a la página siguiente
Viene de la página anterior
Primero, el crecimiento económico español, visto desde la perspectiva de los datos, ha sido mayor al admitido tradicionalmente, y la vieja imagen de nuestra economía es hoy menos pesimista. En segundo lugar, las variables exteriores cobran una importancia fundamental como causantes del atraso: el arancel ultraprotector, las exportaciones insuficientes, el tipo de cambio arbitrario, el abandono del mercado externo, han sido escenarios postergados u olvidados por la investigación histórica, escenarios en los que se decidía día a día la posición desfavorable de España, su atraso relativo, no sólo respecto de la Europa central, sino también de la Europa mediterránea, de la que Italia constituía un ejemplo que España fue incapaz de seguir. En tercer lugar, esa interpretación de Prados de nuestro atraso cuenta con el apoyo de los datos, lo que fuerza a discutirla con la mejora y reconstrucción de las series, único camino para progresar en el conocimiento preciso del pasado.
Para quienes nos ocupamos de los problemas económicos actuales resulta alentador comprobar cómo esa nueva interpretación de los escenarios de nuestro atraso coincide con los consejos de los principales economistas españoles para lograr el desarrollo del país, consejos fundados y por desgracia desatendidos a lo largo de la historia de la política económica española. Porque las críticas al intervencionismo del Estado sobre la economía y los precios, al abandono del sector exterior y a la práctica de un proteccionismo integral, a la fijación de un tipo de cambio arbitrario de la peseta, a los desequilibrios permanentes del sector público, a la carencia de una política monetaria activa y a la pervivencia de un sistema financiero atrasado, figuran entre las causas de atraso por cuya eliminación clamarán en el desierto los más destacados economistas españoles de este siglo.
A esas voces de los economistas llamando la atención pública hacia esos escenarios en los que se decidía nuestro atraso, y que pueden escucharse en los mejores escritos de Flores de Lemus, de Luis de Olariaga, de Manuel de Torres, de Juan Sardá, de Román Perpiflá o de Francisco Bernis, han unido las suyas los jóvenes historiadores de nuestra economía, formando un coro que iba a ser, al fin, escuchado por nuestra política económica. Las dos grandes operaciones económicas de la España contemporánea -el Plan de Estabilización de 1959 y la definición de una política de ajustes a la crisis de 1977-1985 para llevamos a Europa- están inspiradas en la atención a esos escenarios en los que se decidió en el pasado nuestro atraso y sobre cuya importancia decisiva para no repetir la historia en el futuro han llamado tan justamente la atención de nuestra sociedad los jóvenes historiadores de la economía española.
No hay comentarios:
Publicar un comentario