La evolución de los acontecimientos en la llamada crisis de la deuda soberana ha puesto sobre la mesa escenarios que hasta hace poco casi nadie se atrevía a considerar. Uno de ellos, que ha ido cobrando fuerza en las últimas semanas, es la salida de Grecia del euro. Tras aplicar, a trancas y barrancas y en medio de una fortísima contestación social, sucesivos planes de ajuste en los últimos dos años para tratar de reequilibrar sus finanzas públicas, Grecia sigue en el hoyo. Y más hundida, si cabe, que cuando fue rescatada por primera vez en el ya lejano mayo del 2010.
Las subidas de impuestos y los recortes de gastos han sumido al país en una profunda recesión y le han impedido cumplir sus deberes en lo que hace referencia al cuadro macroeconómico. Si se cumplen las previsiones, la República Griega cerrará el año con un déficit cercano al 10% del PIB y una deuda pública que se aproximará al 160% de su economía. Los analistas, las agencias de rating y los economistas de uno y otro signo coinciden: Grecia es insolvente y la situación en Europa ha devenido ya insostenible...
Y, como si se tratara de un hijo díscolo, algunos piden ya que Grecia sea desheredada, expulsada del club del que forma parte desde enero del 2001. Como dice Willem Buiter, analista de Citi, en un informe publicado esta semana, que Grecia abandone el euro "ya no es impensable". Se trata de sacar la manzana podrida del cesto para evitar que el resto de los países entre en una putrefacción similar.
De momento, las autoridades europeas niegan la mayor. El tiempo dirá si se avanza en esta dirección o no, pero de momento, y al margen de que esto sea realmente posible y de que vaya a producirse, lo que sí parece claro es que las consecuencias de una fragmentación en el seno del euro serían gravísimas. "Los acreedores de Grecia se encuentran en el núcleo duro de la zona euro; nadie va a salir ganando si Grecia suspende pagos y abandona la moneda única", asegura Joan Tugores, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona (UB). Para este experto, la cuestión planteada ahora es absurda, ya que vincular la insolvencia de un Estado a su pertenencia a la moneda única no tiene ningún sentido. "Cuando California o Wisconsin quebraron, nadie se planteó que dejaran de utilizar el dólar; en cambio, en Europa, como no existe la cultura de lo que es compartir una moneda, hablamos de esto", añade Tugores.
El default de Grecia crearía un agujero enorme en el sistema financiero. La banca tiene sus balances impregnados de bonos griegos, empezando por la autóctona y siguiendo por la europea (véase el gráfico adjunto). Pero el efecto pernicioso no se quedaría ahí. Ni mucho menos. "Si Grecia abandonara la moneda única, se complicaría muy mucho la viabilidad de la permanencia de otros países en la zona euro, lo que, a su vez, podría afectar en mayor medida a la persistencia de la moneda única", avisa Guillem López Casasnovas, catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y consejero del Banco de España.
En otras palabras, se abriría la veda a que los especuladores se hicieran más fuertes y redoblaran sus ataques a países como Italia y España –considerados sistémicos por su tamaño– y todo el sistema estaría ya en cuestión. Pablo Vázquez, director de Fedea, coincide con López Casasnovas: "El hecho de que fuera posible que un país con problemas saliera del euro sentaría un precedente muy negativo para el resto".
Al incrementarse la desconfianza, la tensión crecería. En estas circunstancias, ¿qué banco sería capaz de refinanciar a los estados europeos sobreendeudados? Probablemente, ninguno. El mismo informe de Citi invocado al principio de este artículo va más allá: "Se crearía un caos financiero, una nueva crisis financiera seguida de una profunda depresión en la zona euro; y también se produciría un flujo de depósitos y el desvío de fondos hacia los principales países del euro". Los periféricos serían los primeros en verse afectados por la desconfianza.
Pero otros, con Alemania al frente, por tener una economía volcada en la exportación, sufrirían bien pronto las consecuencias del empobrecimiento generalizado de sus clientes comerciales. A pesar de la presión de determinados sectores alemanes al Gobierno de este país, parece que la salida de Grecia no está sobre la mesa de los políticos europeos ni, mucho menos, de las autoridades de la zona euro. Los expertos insisten en que la solución pasa, como mucho, por el impago parcial. "Los ciudadanos griegos deberán asumir más sacrificios y también los acreedores; la reestructuración es necesaria, con el nombre que se le quiera dar, pero tendrá que haber una quita sustancial de sus deudas y esas pérdidas se las tendrán que anotar los acreedores", sentencia Tugores.
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