Las convulsas expectativas electorales que auguran algunos sondeos podrían parecer inverosímiles si se olvidan lecciones de la historia. España se enfrenta hoy a una crisis económica sin precedentes y de una duración inusitada, cuyas consecuencias guardan cierto paralelismo con el pasado: movimientos de protesta alentados por la desesperanza y vaivenes electorales de una magnitud insólita. Ambos nacen del profundo malestar social y castigan la incapacidad del partido que gobierna para superar la recesión, mientras premian generosamente a una oposición que muchos quieren ver como el talismán que acabará con la pesadilla de la crisis.
Por ello, aunque faltan algunos meses para las elecciones generales y es pronto para establecer pronósticos fiables, esta vez las encuestas podrían acertar al dibujar un escenario apocalíptico para el PSOE e idílico para el PP, que aspiraría a una amplísima mayoría absoluta. El mejor precedente a la hora de explicar una hipótesis tan decantada nace de la gestación de la hasta ahora única mayoría absoluta del PP, la de los comicios del 2000. Entonces, las municipales de junio de 1999 se saldaron con un misterioso empate entre populares y socialistas, pese a que el PSOE se enfrentaba a una agónica crisis interna que incluyó la dimisión de su candidato a la presidencia en plena precampaña de las locales y las europeas. De hecho, estas últimas brindaron una victoria a los populares por un margen de casi cinco puntos, en un suave anticipo del desplome socialista que se iba a producir en las siguientes generales y que las encuestas no detectaron hasta el último instante.
Ahora, en cambio, los sondeos marcan una distancia rotunda en beneficio del PP y, lo que es más importante, el principal barómetro que refleja la movilización de los respectivos electorados - las recientes elecciones municipales y autonómicas-ha arrojado un desenlace insólito para unos comicios locales: diez puntos de ventaja para el centroderecha.
A partir de ahí no hay más que extrapolar al escenario actual lo ocurrido entre las locales de 1999 y las generales del 2000. Entonces, los populares movilizaron a casi tres millones de electores más entre unos y otros comicios, mientras que el PSOE a duras penas congregó 600.000 votantes más. Y la hipótesis de un comportamiento similar con vistas a las próximas generales parece del todo verosímil si se atiende al nivel de movilización que registra ahora el electorado popular y a la visible atonía del votante socialista.
Así las cosas, la resultante de agregar a los votos que obtuvo el PP el pasado 22-M una cifra de electores similar a la que incorporaron los populares entre las locales de 1999 y las generales del 2000 situaría a Mariano Rajoy por encima de los 11 millones de papeletas. Y si ese mismo ejercicio se aplica al PSOE, los socialistas se quedarían por debajo de los siete millones. Eso supondría una tasa de voto cercana al 45% en el caso del Partido Popular y por debajo del 27% para el Partido Socialista. Y en escaños, casi 200 para los populares y poco más de cien para los socialistas.
Sin duda, un escenario inédito, pero que encaja en la lógica del desplome que están sufriendo en toda Europa todos los partidos en el gobierno, incluidos unos recién llegados al poder como los socialistas griegos. El Pasok ganó las elecciones hace menos de dos años a un centroderecha que ahora se haría con la victoria.
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