Logroño. Al lujoso Palacio de la Música de Barcelona (el 'Palau' o el 'Orfeó', en catalán) se llegaba durante muchos años tras atravesar Cameros. No era la sierra riojana, ni mucho menos, sino una pequeña y céntrica vía que rodeaba el centro de los placeres mundanos de la pudiente burguesía catalana. La calle desembocaba, al norte, en la de Ortigosa, dejando dos portales ubicados en la confluencia de Ortigosa y Cameros. Demasiadas casualidades para un callejero tan estructurado como el de Barcelona.
Pero todo tiene su explicación. En 1890, en pleno desarrollo urbano de la ciudad condal, el Ayuntamiento necesitaba unos terrenos para dar paso a la recién construida vía Layetana y a la calle Trafalgar. Y esos predios pertenecían a la familia de Simeón García de Olalla y de la Riva (él omitía siempre su primer apellido), un ortigosano que había fallecido el año anterior.
A los 12 años, en 1845, García de la Riva había emigrado a Galicia desde su Ortigosa natal. Santiago de Compostela era, en esa época, imán para cameranos que se convirtieron en los motores de la industria y la economía de la región. Acogido por unos familiares, comenzó a trabajar en un comercio de la ciudad. Pero sus inquietudes saltaron pronto el mostrador. A los 22 años, tras el fallecimiento de su hermano Timoteo y con el dinero ahorrado después de mucho esfuerzo, entró a formar parte de la compañía Jorge de la Riva y García, sociedad dedicada a la compra de géneros textiles. Fue el primer paso de una larga carrera. Simeón García arriesgó en momentos difíciles y, en 1866, se hizo con todo el negocio, como recoge la investigadora María Jesús Facal en 'Los orígenes del Banco Simeón'.
El negocio de paños compostelano fue creciendo y abriéndose a toda Galicia, bajo la batuta del ortigosano, siempre dispuesto a innovar y a asociarse con más empresarios para avivar la llama del comercio. Así, las ramas del negocio comienzan a llegar a Alcoy y, hacia Barcelona, en 1877. Pero, al mismo tiempo, el riojano también fue dando forma a una banca privada, algo común a finales del siglo XIX. Simeón García de la Riva y su esposa, Juana Blanco Navarrete, habían empezado un negocio que iba a prolongarse más de un siglo, sumando generaciones (hasta cinco) y diversificando riesgos. Ya no sólo se trataba de vender paños, fabricarlos o exportarlos, ni de recibir y prestar dinero. También entraron en el mundo de la alimentación, el agua, la hostelería, la venta al por menor...
Negocios múltiples
Juana Blanco, a la muerte de su marido, se puso junto a sus hijos al frente de los negocios (múltiples y casi siempre con distintos asociados, muchos de ellos también de origen riojano como había sido Jorge de la Riva o catalanes, como José Nieto). Los Almacenes Simeón de Madrid se abrieron en 1923 convirtiéndose en el primer negocio de ese tipo en España, copiando modelos anglosajones. Bajo ese nombre, pero años después, llegarían a Logroño, donde perduraron en la calle Portales hasta 1986 aportando elitismo a una ciudad de provincias. También el Banco Simeón, después de un imponente desarrollo, acabó en el Banco Exterior después de la intervención de la empresa matriz Hijos de Simeón García.
Fueron los estertores de una empresa centenaria y que siempre mantuvo una enorme devoción por su creador, un hombre avezado para los negocios y solidario con sus vecinos de Ortigosa, tierra que añoraba. Esa querencia fue la que, en 1890, llevó a su esposa y a sus hijos a acordar, tras una dura negociación, a incluir la cláusula de 'bautismo' de las calles en el contrato de cesión de los terrenos. El Ayuntamiento de Barcelona aceptó. Una se llamaría Ortigosa de Cameros (el Consistorio decidió recortarlo a Ortigosa) y la otra, Cameros.
El compromiso se rompió en 1940 cuando la Corporación surgida del franquismo sustituyó el nombre de la sierra por el del músico catalán Amadeo Vives, autor de zarzuelas como Doña Francisquita, lo que no sentó nada bien a la familia García. Pero protestar no estaba permitido.
Pese a todo, 126 años después, Ortigosa sigue luciendo en el callejero barcelonés y exhibiendo en sus aceras algunos retales de la historia industrial de la ciudad, como los preciosos almacenes modernistas de Serra Balet o los detalles del vuelo del zepelín Graf sobre Barcelona, en 1929, un relieve obra de Sixte Illescas. Guiños de una historia construida por el amor de un emigrante hacia su pueblo.
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