domingo, 12 de agosto de 2018

Almacenes Simeón

En 1931, el imperio fundado por Simeón García seis décadas atrás se hallaba en plena expansión. Sus herederos habían conquistado las principales ciudades gallegas y ocupado plazas exteriores como Oviedo, Santander, Madrid o Bilbao.


A Vigo llegó la primera avanzadilla en 1885, enrolada como socio comanditario en la firma Castro y Compañía, y se consolidó en 1911 con la apertura de su emblemático establecimiento de la Porta do Sol. Un palacio comercial que ahora contemplan, maravillados, don Néstor y doña Clotilde.
En cuanto traspasan la puerta del Hotel Moderno donde se alojan, los dos indianos evalúan la transformación experimentada por el espacio urbano en sus treinta años de ausencia. Sigue en pie el edificio que alberga a La Villa de París, pero ahora flanqueado por otras magníficas edificaciones. A un lado, un repóquer de casonas que incluye los edificios de Pardo Labarta y la casa de Ledo. Y del otro, apenas separado de La Villa de París por la angosta calle del Doctor Cadaval, el majestuoso edificio de los Almacenes Simeón. Un conjunto de siete joyas arquitectónicas, diseñadas todas ellas por Jenaro de la Fuente Domínguez, con la salvedad parcial del edificio Simeón, proyectado por los hermanos Benito y Manuel Gómez Román, pero ampliado y remozado en 1930 también por Jenaro de la Fuente.
ATMÓSFERA PARISINA
En la Porta do Sol se respiran aires parisinos. La huella francesa se percibe en el estilo ecléctico de las edificaciones, pero se hace aún más evidente en la nomenclatura de los establecimientos comerciales que se apiñan en la plaza. Además de La Villa de París, abundan los nombres de origen galo: los almacenes Maison de Blanc, el hostal Petit Fornos, la tienda de alta costura El Louvre o el salón de belleza La Maison de la Coiffure, donde un cartel anuncia que «on parle français».
Impronta francesa también en los Almacenes Simeón, como constatan don Néstor y doña Clotilde en cuanto penetran en la «catedral del comercio gallego», definición que aquellos días les adjudicaba El Pueblo Gallego. Al matrimonio lo recibe el gerente del establecimiento, Darío Sáez Sáenz-Díez, afable guía ligado a la casa desde que su hermano Acisclo contrajo matrimonio con una hija del fundador del imperio. El encuentro tiene lugar en el imponente salón de la entrada, abrazado en su parte superior por galerías ribeteadas con artísticas barandillas. Toda la decoración, forjada en espléndidas cristalerías y madera de roble y caoba, recuerda «un estilo afrancesado, Luis XIV», dice la prensa. Haces de luz, disparados por varios proyectores hacia la techumbre, resaltaban la magnificencia del local. El refinamiento del comercio, dice el anfitrión y asienten los visitantes, no le va a la zaga del que hacen gala los almacenes El Siglo, de Barcelona, o Printemps, de París.
Barcelona y Alcoy son los principales centros proveedores de telas para los Almacenes Simeón, pero la casa se surte también en Mánchester, Londres, La Rioja y diversas zonas de Francia. Tenemos, se jacta Sáez, «lo mejor de cada nación».
Dispone el establecimiento vigués de noventa empleados -el grupo cuenta, a esas alturas, con una plantilla de casi un millar de personas-, que en ese momento se afanan en atender a un grupo de ingenieros japoneses, interesados en el funcionamiento de una máquina. Estalla entonces una carcajada general y Darío Sáez, solícito, explica a don Néstor y a doña Clotilde lo que acaba de suceder: «Dice uno de los ingenieros, con la sobriedad expresiva de un inglés, que ha sentido tentación de preguntar a una de las máquinas hiladoras: ¿No siente usted fatigado su cerebro por su complicada labor?».
EL FUNDADOR DEL IMPERIO
Ahora son los indianos quienes se interesan por conocer la maquinaria humana que gestó el imperio. La génesis del grupo, explica Darío Sáez, tiene nombre propio: el de Simeón García Olalla de la Riva. Procedía de la villa riojana de Ortigosa de Cameros y llegó a Santiago de Compostela en 1835 a trabajar de dependiente. Tenía doce años de edad. Al cumplir los veintidós había ahorrado 13.000 reales y entraba como socio minoritario en la firma Jorge de la Riva y García, dedicada a la comercialización de productos textiles al por mayor. Dos décadas después se convirtió en propietario único de la compañía.
En 1872, junto con dos empleados, constituye la empresa matriz del futuro emporio. Nace Simeón García y Compañía, con sede en Santiago de Compostela, que tiene por objeto social «la compra y venta de toda clase de tejidos del Reino y extranjeros». Comienza la conquista de la Galicia urbana, siguiendo una estrategia que pasa por establecer en cada ciudad alianzas con los empresarios locales: Ourense (1879), Vilagarcía (1882), A Coruña (1884)... En 1885, tres años antes de su muerte, Simeón García coloca un pie en Vigo y se convierte en socio comanditario de la firma Castro y Compañía. El fundador fallece a los 65 años, pero la expansión continúa. Primero su viuda, Juana Blanco Navarrete, y después sus hijos -Jacobo, Manuel, Timoteo e Isabel-, capitanean nuevas incursiones por el territorio español: Oviedo, Santander, Ferrol, Pontevedra, Lugo, Madrid, Sarria, Bilbao...
LA CATEDRAL DEL COMERCIO
A la conquista de Vigo destina Hijos de Simeón García a uno de sus generales más avezados: Acisclo Sáez Sáenz-Díez. También camerano y yerno del fundador, se propone crear, con el concurso de sus hermanos, los primeros grandes almacenes de la ciudad olívica. Adquieren para tal fin el teatro Rosalía de Castro, que atravesaba graves dificultades financieras, pero desisten del empeño ante el revuelo causado en la ciudad. Revenden el inmueble al filántropo José García Barbón y, a cambio, el Ayuntamiento les proporciona un terreno en la Porta do Sol. Y será en este solar, antes escenario del tradicional mercado que don Néstor y doña Clotilde retienen en la memoria, donde se pusieron los cimientos de la «catedral del comercio gallego». Un templo que, a decir de El Pueblo Gallego, ofrece todo «cuanto pueda adquirirse en la opulencia parisina o neoyorquina», incluidas pieles raras, encajes que semejan bordados de espuma, damascos orientales o telas fastuosas de novísimo diseño

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