La revista británica 'The Economist' afirma en su último número que Madrid y Barcelona están buscando el premio de la lotería del empleo con la construcción del macrocomplejo Eurovegas.
En un artículo titulado 'Hagan sus apuestas sobre Eurovegas', la revista subraya que las dos mayores ciudades españolas están tratando de lograr el "bote del empleo" con un "gigantesco complejo del juego". En este sentido, la publicación señala que "Madrid y Barcelona solían enfrentarse en los campos de fútbol", mientras que ahora lo harán para tratar de conseguir que la empresa Las Vegas Sands (LVS) construya este complejo en su territorio.
En opinión de 'The Economist', un complejo de casinos ?puede no tener el prestigio de, por ejemplo, un distrito tecnológico?, pero asegura que "España tendrá que jugársela en unas cuantas apuestas para lograr controlar su creciente desempleo". La revista señala que el dueño de la compañía LVS, Sheldon Adelson, vende que el complejo supondrá la creación de 260.000 empleos directos e indirectos y atraerá a 11 millones de turistas al año.
Sin embargo, 'The Economist' advierte a los dirigentes autonómicos que deberán "apaciguar los temores de los ciudadanos de que se esté promocionando la adicción al juego, el crimen organizado y el impacto medioambiental que supondrá la construcción de un complejo tan grande".
lunes, 26 de marzo de 2012
domingo, 18 de marzo de 2012
Goldman Sachs Codicia y mentira
Gran revuelo ha causado esta semana la carta que publicaba The New York Times, “Por qué abandono Goldman Sachs”. La bomba caía con contundencia, se convertía en “trending topic” en Twitter y Cotizalia se hacia eco inmediatamente. ¡Un alto ejecutivo dimite y reconoce las malas artes de Goldman Sachs! ¡Teníamos razón! ¡La dictadura de los mercados demostrada por un empleado! McCoy comentaba, y yo estoy de acuerdo, que “esto tiene una pinta de acabar como el malvado trader, que nunca lo fue, que mata. Fenómeno ego-boomerang se llama”.
Yo conocía a Greg Smith. No mucho, pero coincidimos en algunas ocasiones. Un profesional sólido. Pero no un “alto ejecutivo” de su banco ni el responsable global de derivados, sino uno de los 12.000 vicepresidentes que trabajan en Goldman Sachs. No olvidemos que el termino “vicepresidente” es completamente distinto en Europa que en las empresas americanas.
Profesionales sólidos son la inmensa mayoría de los trabajadores de Goldman Sachs, banco del cual he sido cliente, tanto en mi experiencia corporativa como en mi etapa como inversor, desde hace más de veinte años. Yo, como cliente, nunca me he sentido manipulado, ni tratado como una marioneta ni engañado. También he trabajado en banca de inversión y las supuestas revelaciones sobre las prácticas ocultas de Goldman Sachs no desvelan nada más que un entorno agresivo, el mercado financiero y la banca de inversión, y un sub-universo de la misma, el de los derivados, desde los ojos de un mando intermedio cabreado. Como aquel ex director de sucursal local que “revelaba” en una televisión nacional las maldades de su antiguo empleador.
Un banco de inversión no es un padre o un familiar. Es una entidad que busca maximizar beneficios, igual que yo, y que ofrece una serie de servicios en los que yo, y cualquier inversor, como profesional cualificado, debo analizar, comparar, reconocer el riesgo y aceptar mi decisión. Entre tantos “escándalos mediáticos” parece que nos olvidamos que aquí todos somos mayorcitos y que la razón por la que nos pagan es para tomar decisiones calibradas, no para guiarnos ciegamente de la mano de un asesor, sea Goldman Sachs, McKinsey o el Coronel Tom Parker, el malvado manager de Elvis Presley. Para consejos familiares y altruistas ya tengo a mis padres.
¿Que algún colega ha dicho burradas sobre sus clientes? Primero, si hay un banco donde se puede denunciar esa practica anónimamente, ese es Goldman, así que el amigo Greg se pasó 12 años indignándose, y cobrando, en silencio. Pero en cualquier caso, las burradas también las decimos los demás sobre ellos. Cualquiera que trabaje en un hedge fund sabe que a las recomendaciones de analistas de “comprar” de los grandes bancos se les llama “the kiss of death” porque suelen funcionar desastrosamente al segundo día de publicación. Este negocio, el de los mercados financieros, no es una ONG ni un entorno políticamente correcto. Es un entorno donde todos recibimos presión para generar resultados. Al que no le guste, que envíe su curriculum a un ministerio que ahí puede gastar presupuesto ilimitado con mucha corrección.
Yo conocía a Greg Smith. No mucho, pero coincidimos en algunas ocasiones. Un profesional sólido. Pero no un “alto ejecutivo” de su banco ni el responsable global de derivados, sino uno de los 12.000 vicepresidentes que trabajan en Goldman Sachs. No olvidemos que el termino “vicepresidente” es completamente distinto en Europa que en las empresas americanas.
Profesionales sólidos son la inmensa mayoría de los trabajadores de Goldman Sachs, banco del cual he sido cliente, tanto en mi experiencia corporativa como en mi etapa como inversor, desde hace más de veinte años. Yo, como cliente, nunca me he sentido manipulado, ni tratado como una marioneta ni engañado. También he trabajado en banca de inversión y las supuestas revelaciones sobre las prácticas ocultas de Goldman Sachs no desvelan nada más que un entorno agresivo, el mercado financiero y la banca de inversión, y un sub-universo de la misma, el de los derivados, desde los ojos de un mando intermedio cabreado. Como aquel ex director de sucursal local que “revelaba” en una televisión nacional las maldades de su antiguo empleador.
Un banco de inversión no es un padre o un familiar. Es una entidad que busca maximizar beneficios, igual que yo, y que ofrece una serie de servicios en los que yo, y cualquier inversor, como profesional cualificado, debo analizar, comparar, reconocer el riesgo y aceptar mi decisión. Entre tantos “escándalos mediáticos” parece que nos olvidamos que aquí todos somos mayorcitos y que la razón por la que nos pagan es para tomar decisiones calibradas, no para guiarnos ciegamente de la mano de un asesor, sea Goldman Sachs, McKinsey o el Coronel Tom Parker, el malvado manager de Elvis Presley. Para consejos familiares y altruistas ya tengo a mis padres.
¿Que algún colega ha dicho burradas sobre sus clientes? Primero, si hay un banco donde se puede denunciar esa practica anónimamente, ese es Goldman, así que el amigo Greg se pasó 12 años indignándose, y cobrando, en silencio. Pero en cualquier caso, las burradas también las decimos los demás sobre ellos. Cualquiera que trabaje en un hedge fund sabe que a las recomendaciones de analistas de “comprar” de los grandes bancos se les llama “the kiss of death” porque suelen funcionar desastrosamente al segundo día de publicación. Este negocio, el de los mercados financieros, no es una ONG ni un entorno políticamente correcto. Es un entorno donde todos recibimos presión para generar resultados. Al que no le guste, que envíe su curriculum a un ministerio que ahí puede gastar presupuesto ilimitado con mucha corrección.
domingo, 11 de marzo de 2012
No hay alternativa
Reggio’s
Periodismo de opinión en Reggio’s
No hay alternativa, de Lorenzo Bernaldo de Quirós en Mercados de El Mundo
ECONOMÍA Y EMPRESAS. CONTRA CORRIENTE
A finales de los años 70 del siglo pasado se acuñó un lema para definir la política económica de Margaret Thatcher: TINA, There Is Not Alternative. En estos mismos términos podría calificarse la estrategia de ajuste presupuestario y de reformas estructurales dibujada por el gabinete de Rajoy. La alternativa a una drástica reducción del déficit público y a una liberalización de los mercados para superar la crisis es inviable.
Las dos principales opciones a ese enfoque, la planificación central y el socialestatismo han muerto. El derribo del Muro de Berlín certificó la defunción de la primera y la Gran Recesión la del segundo. Las recetas clásicas de la socialdemocracia, keynesianismo macro e intervencionismo micro, se han estrellado contra la realidad y su legado es un endeudamiento descomunal y economías atrapadas en un círculo vicioso de estancamiento y recesión.
Los dos principios rectores del socialismo democrático, la creencia de que un Estado omnipotente puede reactivar la economía a su voluntad y redistribuir la renta y la riqueza a golpe de aumento del gasto público y de una fiscalidad creciente han saltado en pedazos. Esto plantea un dilema diabólico para la izquierda: convertirse en representante de las fuerzas antisistema, aferrarse a un ideario cada vez más alejado de la realidad o aceptar que sus objetivos son inalcanzables utilizando sus métodos tradicionales, como hizo la tercera vía blairita. En las sociedades desarrolladas, a diferencia de lo acaecido en la Gran Depresión, el capitalismo liberal no tiene un competidor real ni en su flanco izquierdo ni en el derecho.
Por tanto, la esencia del debate económico no radica en la conveniencia o no de reducir el desequilibrio presupuestario, sanear el sistema financiero o liberalizar los mercados, sino en el alcance y en la velocidad de aplicación de esas medidas. Este aspecto cobra una extraordinaria importancia en la coyuntura española.
Por definición, las reformas estructurales no tienen efectos inmediatos y, en consecuencia, se corre el riesgo de morir de éxito si los ciudadanos no perciben sus beneficios o se crean expectativas de que éstos se materializarán con rapidez. Ello resulta de especial relevancia en economías, léase España, en las que la crisis es ya larga y la opinión pública tiene la percepción, infundada pero cierta, de que los ajustes llevan demasiado tiempo en marcha y no han rendido frutos.
Ante este panorama, la evidencia comparada permite extraer una regla general formulada por el maestro Friedman en La Tiranía del Statu Quo: un nuevo Gobierno dispone de un período de seis a nueve meses para llevar a cabo transformaciones sustanciales en el modelo socio-económico. Si no aprovecha esa oportunidad, los cambios ulteriores o llegan lentamente o no llegan y surgen reacciones contra los iniciales.
Tras el shock de la derrota, las facciones opositoras se reagrupan y tienden a movilizar a todos los perjudicados por las políticas reformistas. Ante ese empuje, sus defensores ven reducido su margen de maniobra para profundizar en ellas. Por eso, la economía política de las reformas concede mayores posibilidades de éxito a las terapias de choque que a las graduales, sobre todo, en escenarios críticos como el actual.
Esas reflexiones ilustran la situación nacional. Si la economía no se reactiva de manera significativa y el paro no comienza a descender en 2013, extremos poco probables, el Gobierno encontrará una oposición creciente a su programa y tendrá muchos problemas para mantener su orientación o, en cualquier caso, para avanzar en su desarrollo.
Este es el resultado del tipo de crisis soportada por España y, también, del lento impacto de las estrategias de estabilización y de reforma estructural. Sin embargo, el retardo temporal entre su introducción y sus resultados se acortaría de manera significativa con una estrategia agresiva tanto en el plano presupuestario como en el microeconómico. Ello produciría una radical mejora de las expectativas de las empresas, de las familias y de los inversores por una sencilla razón: el grueso del proceso de ajuste se habría realizado antes de que las fuerzas contrarias a él tuviesen capacidad de movilizarse y, por tanto, las bases de la recuperación estarían consolidadas de modo irreversible.
El proyecto modernizador de la economía española impulsado por el Gobierno entronca directamente con el que se vio interrumpido con el acceso del PSOE al poder en 2004. Su fundamento no es sólo económico, sino filosófico en tanto supone recortar el tamaño del Estado para aumentar la libertad de los individuos, de las familias y de las empresas permitiéndoles perseguir los fines que consideren oportunos con la menor injerencia estatal posible. En este contexto, la crisis es una oportunidad de oro para desplazar el centro de gravedad de la economía y de la sociedad española del estatismo al liberalismo. Si esto ocurre, se producirá una transformación sustancial en la forma en la que los ciudadanos ven el papel del Estado. En este caso, la izquierda se verá forzada a adaptarse a ese nuevo consenso o resignarse a permanecer en la oposición.
Aunque la coyuntura económica no repunte en el corto plazo, la terapia desplegada por el Gobierno es la correcta y, sin duda, funcionará. Los problemas sociales, económicos y financieros de España no son incurables ni el país está condenado a una irremediable decadencia. Se ha invertido de manera radical la orientación de una política económica que había conducido el país al borde del abismo y eso era imprescindible. Por ello hay razones fundadas para el optimismo. La combinación de la disciplina macroeconómica, con la apertura exterior y la liberalización de los mercados ha sido la causa determinante de todos los ciclos expansivos protagonizados por España a lo largo de su historia. Ahora no será diferente.
Si el Gobierno mantiene el rumbo y acentúa su orientación reformista, España saldrá de la crisis con una economía más fuerte. Más allá de los problemas de corto plazo estamos ante una ocasión histórica para transformar un sistema intervencionista en un sistema de libre empresa y hay que aprovecharla.
Periodismo de opinión en Reggio’s
No hay alternativa, de Lorenzo Bernaldo de Quirós en Mercados de El Mundo
ECONOMÍA Y EMPRESAS. CONTRA CORRIENTE
A finales de los años 70 del siglo pasado se acuñó un lema para definir la política económica de Margaret Thatcher: TINA, There Is Not Alternative. En estos mismos términos podría calificarse la estrategia de ajuste presupuestario y de reformas estructurales dibujada por el gabinete de Rajoy. La alternativa a una drástica reducción del déficit público y a una liberalización de los mercados para superar la crisis es inviable.
Las dos principales opciones a ese enfoque, la planificación central y el socialestatismo han muerto. El derribo del Muro de Berlín certificó la defunción de la primera y la Gran Recesión la del segundo. Las recetas clásicas de la socialdemocracia, keynesianismo macro e intervencionismo micro, se han estrellado contra la realidad y su legado es un endeudamiento descomunal y economías atrapadas en un círculo vicioso de estancamiento y recesión.
Los dos principios rectores del socialismo democrático, la creencia de que un Estado omnipotente puede reactivar la economía a su voluntad y redistribuir la renta y la riqueza a golpe de aumento del gasto público y de una fiscalidad creciente han saltado en pedazos. Esto plantea un dilema diabólico para la izquierda: convertirse en representante de las fuerzas antisistema, aferrarse a un ideario cada vez más alejado de la realidad o aceptar que sus objetivos son inalcanzables utilizando sus métodos tradicionales, como hizo la tercera vía blairita. En las sociedades desarrolladas, a diferencia de lo acaecido en la Gran Depresión, el capitalismo liberal no tiene un competidor real ni en su flanco izquierdo ni en el derecho.
Por tanto, la esencia del debate económico no radica en la conveniencia o no de reducir el desequilibrio presupuestario, sanear el sistema financiero o liberalizar los mercados, sino en el alcance y en la velocidad de aplicación de esas medidas. Este aspecto cobra una extraordinaria importancia en la coyuntura española.
Por definición, las reformas estructurales no tienen efectos inmediatos y, en consecuencia, se corre el riesgo de morir de éxito si los ciudadanos no perciben sus beneficios o se crean expectativas de que éstos se materializarán con rapidez. Ello resulta de especial relevancia en economías, léase España, en las que la crisis es ya larga y la opinión pública tiene la percepción, infundada pero cierta, de que los ajustes llevan demasiado tiempo en marcha y no han rendido frutos.
Ante este panorama, la evidencia comparada permite extraer una regla general formulada por el maestro Friedman en La Tiranía del Statu Quo: un nuevo Gobierno dispone de un período de seis a nueve meses para llevar a cabo transformaciones sustanciales en el modelo socio-económico. Si no aprovecha esa oportunidad, los cambios ulteriores o llegan lentamente o no llegan y surgen reacciones contra los iniciales.
Tras el shock de la derrota, las facciones opositoras se reagrupan y tienden a movilizar a todos los perjudicados por las políticas reformistas. Ante ese empuje, sus defensores ven reducido su margen de maniobra para profundizar en ellas. Por eso, la economía política de las reformas concede mayores posibilidades de éxito a las terapias de choque que a las graduales, sobre todo, en escenarios críticos como el actual.
Esas reflexiones ilustran la situación nacional. Si la economía no se reactiva de manera significativa y el paro no comienza a descender en 2013, extremos poco probables, el Gobierno encontrará una oposición creciente a su programa y tendrá muchos problemas para mantener su orientación o, en cualquier caso, para avanzar en su desarrollo.
Este es el resultado del tipo de crisis soportada por España y, también, del lento impacto de las estrategias de estabilización y de reforma estructural. Sin embargo, el retardo temporal entre su introducción y sus resultados se acortaría de manera significativa con una estrategia agresiva tanto en el plano presupuestario como en el microeconómico. Ello produciría una radical mejora de las expectativas de las empresas, de las familias y de los inversores por una sencilla razón: el grueso del proceso de ajuste se habría realizado antes de que las fuerzas contrarias a él tuviesen capacidad de movilizarse y, por tanto, las bases de la recuperación estarían consolidadas de modo irreversible.
El proyecto modernizador de la economía española impulsado por el Gobierno entronca directamente con el que se vio interrumpido con el acceso del PSOE al poder en 2004. Su fundamento no es sólo económico, sino filosófico en tanto supone recortar el tamaño del Estado para aumentar la libertad de los individuos, de las familias y de las empresas permitiéndoles perseguir los fines que consideren oportunos con la menor injerencia estatal posible. En este contexto, la crisis es una oportunidad de oro para desplazar el centro de gravedad de la economía y de la sociedad española del estatismo al liberalismo. Si esto ocurre, se producirá una transformación sustancial en la forma en la que los ciudadanos ven el papel del Estado. En este caso, la izquierda se verá forzada a adaptarse a ese nuevo consenso o resignarse a permanecer en la oposición.
Aunque la coyuntura económica no repunte en el corto plazo, la terapia desplegada por el Gobierno es la correcta y, sin duda, funcionará. Los problemas sociales, económicos y financieros de España no son incurables ni el país está condenado a una irremediable decadencia. Se ha invertido de manera radical la orientación de una política económica que había conducido el país al borde del abismo y eso era imprescindible. Por ello hay razones fundadas para el optimismo. La combinación de la disciplina macroeconómica, con la apertura exterior y la liberalización de los mercados ha sido la causa determinante de todos los ciclos expansivos protagonizados por España a lo largo de su historia. Ahora no será diferente.
Si el Gobierno mantiene el rumbo y acentúa su orientación reformista, España saldrá de la crisis con una economía más fuerte. Más allá de los problemas de corto plazo estamos ante una ocasión histórica para transformar un sistema intervencionista en un sistema de libre empresa y hay que aprovecharla.
Una Sociedad Opulenta
Más que ayer, pero menos que mañana, de Jordi Sevilla en Mercados de El Mundo
ECONOMÍA Y EMPRESAS. LUCES LARGAS
Hemos construido una sociedad opulenta (Galbraith) basada en el crecimiento económico continuo. Todos los engranajes económicos, políticos y sociales, así como nuestro imaginario colectivo, reposan sobre la idea de que cada año la riqueza general que seamos capaces de producir, medida por el PIB, será mayor que la del año anterior. No importa que hasta Naciones Unidas o la Comisión Europea hayan reconocido, aceptando tesis provenientes de críticos al sistema, que el dinero no da la felicidad y el PIB, tampoco. Entre otras cosas, porque ni mide los niveles de satisfacción de los ciudadanos (podemos llevar una vida tensa, aburrida, violenta y poco apetecible, en ciudades ricas), ni contabiliza aspectos económicos fundamentales como el trabajo de las amas de casa.
Cuando los ministros de Hacienda presentan los Presupuestos Generales para el siguiente año, esperamos escuchar cuánto creceremos, cuánto empleo nuevo se creará y cuánto se incrementarán los ingresos y los gastos públicos, dentro de la más pura lógica incrementalista. Las empresas que aprueban sus cuentas en Junta de Accionistas quieren escuchar cuánto subirán los ingresos el próximo año, cuánto mejorará la rentabilidad de la acción y cuánto crecerán los beneficios. Y las familias prevén siempre mejoras de su renta basadas en las subidas salariales que, con toda certeza, se deben producir y en que el banco pague más por sus ahorros.
Hemos puesto en marcha una maquinaria social que sólo sabe caminar hacia más, alimentando una idea de progreso asegurado, convertido, casi, en derecho exigible de ciudadanía. Sin crecimiento económico no hay, al parecer, paraíso social en la tierra ya que este lo hemos construido sobre la base de un juego de suma positiva en el cuál, cada año, suma algo adicional a lo existente del año anterior.
Pero no siempre ha sido así. De hecho, la economía surge como ciencia al intentar explicar, con Adam Smith, cuál es el origen y la naturaleza de la riqueza, puesta en evidencia a partir de la industrialización. En un mundo estancado, donde la única riqueza deriva de privilegios feudales heredados, surge un nuevo sistema económico que utilizando mejor el trabajo humano (división de tareas, especialización) y el talento humano (tecnología) es capaz de generar riqueza adicional a partir de importantes avances en la productividad de la actividad económica.
Al principio, esa riqueza estaba concentrada en unos pocos empresarios, mientras el resto de la población, incluidos sus trabajadores, vivían en las miserables condiciones descritas por Dickens en sus novelas. Luego, la nueva organización científica del trabajo en serie generó tales capacidades de producción que tuvo que crearse nuevos mercados internos, repartiendo esa riqueza creciente mediante subidas de salarios, para que los productos fabricados trabajando tres turnos pudieran ser adquiridos por alguien con capacidad de pago.
Sobre esto se amplificó la demanda efectiva impulsora del crecimiento en base al uso extensivo del crédito. Por último, la existencia de una riqueza incremental en los países más adelantados hizo posible el reparto de un salario social diferido atribuyéndole al Estado la capacidad de ofrecer nuevos bienes públicos como sanidad, educación y pensiones, financiados con impuestos progresivos (Estado del Bienestar).
Se propagó así esa ideología del crecimiento permanente según la cuál lo que no deja de ser una posibilidad basada en mejoras continuas de productividad asociadas a sucesivas oleadas de revoluciones tecnológicas, se convierte en el aceite que lubrica sin parar el engranaje social hasta convertirse en derechos para unos y beneficios para otros.
Es cierto que hubo amenazas a este estado de cosas. Entre otras, la elevada inflación, que si bien facilitaba acuerdos sociales de distribución aparente de la riqueza a corto plazo, en base a la ilusión monetaria, introducía arena que amenazaba el correcto funcionamiento del sistema productivo. Pero también los límites al crecimiento derivados, por una parte, de que vivimos en una nave espacial Tierra con recursos naturales limitados y, por otra, en los efectos perjudiciales sobre el clima de la propia actividad industrial humana.
Este crecimiento continuo sobre el que hemos edificado el equilibrio social y político de nuestras democracias se veía amenazado, también, de vez en vez, por crisis económicas que, fueran cisnesnegros o consustanciales a la lógica del sistema capitalista, rebajaban temporal y recurrentemente el ritmo de crecimiento, hasta que pronto se recuperaba la velocidad de crucero anterior.
Con estos antecedentes, la crisis general de sobreendeudamiento que vivimos en un mundo globalizado es diferente en tres aspectos. El primero, su larga duración, que obliga a introducir la perspectiva del decrecimiento en las instituciones sociales y políticas no como una decisión voluntaria a favor de un modelo de sociedad distinto, sino por simple imposibilidad de seguir creciendo. Esto hace saltar por los aires los mecanismos tradicionales de intermediación al tener que repartir costes de una recesión, en una sociedad acostumbrada a repartir excedentes.
En segundo lugar, porque se produce en un contexto en el cual las jóvenes generaciones ya empezaban a vislumbrar que vivir peor que sus padres es algo con elevada probabilidad. Tercero, porque la realidad de una economía mundial que sitúa el origen de muchos problemas en sitios lejanos, dejando a las autoridades nacionales sin apenas instrumentos eficaces para hacerles frente, abre una brecha entre los ciudadanos y una política democrática ineficaz en el ámbito nacional e inexistente en el global.
No sólo frenamos, sino que tenemos que dar marcha atrás en muchas cosas. Lo que antes todo era distribuir a manos llenas, se transforma ahora en repartir miseria, como dijo un presidente autonómico. El temor -en línea con grandes autores clásicos como Malthus, Ricardo o Veblen- a que podemos entrar en un ciclo largo donde una mayoría de ciudadanos irá a peor, de que la nueva cultura del esfuerzo pueda ser una vuelta a Dickens y no sólo a su lectura, de un incremento en las desigualdades sociales en medio de la abundancia concentrada, es inseparable de ese pesimismo que parece hoy instalado según el CIS. Y todo ello se debe gestionar en un espacio público con reglas del juego diferentes, que ejercen una fuerte pulsión hacia el deterioro del sistema político. ¿Sabremos cambiar de era sin perder cohesión social ni calidad democrática?
ECONOMÍA Y EMPRESAS. LUCES LARGAS
Hemos construido una sociedad opulenta (Galbraith) basada en el crecimiento económico continuo. Todos los engranajes económicos, políticos y sociales, así como nuestro imaginario colectivo, reposan sobre la idea de que cada año la riqueza general que seamos capaces de producir, medida por el PIB, será mayor que la del año anterior. No importa que hasta Naciones Unidas o la Comisión Europea hayan reconocido, aceptando tesis provenientes de críticos al sistema, que el dinero no da la felicidad y el PIB, tampoco. Entre otras cosas, porque ni mide los niveles de satisfacción de los ciudadanos (podemos llevar una vida tensa, aburrida, violenta y poco apetecible, en ciudades ricas), ni contabiliza aspectos económicos fundamentales como el trabajo de las amas de casa.
Cuando los ministros de Hacienda presentan los Presupuestos Generales para el siguiente año, esperamos escuchar cuánto creceremos, cuánto empleo nuevo se creará y cuánto se incrementarán los ingresos y los gastos públicos, dentro de la más pura lógica incrementalista. Las empresas que aprueban sus cuentas en Junta de Accionistas quieren escuchar cuánto subirán los ingresos el próximo año, cuánto mejorará la rentabilidad de la acción y cuánto crecerán los beneficios. Y las familias prevén siempre mejoras de su renta basadas en las subidas salariales que, con toda certeza, se deben producir y en que el banco pague más por sus ahorros.
Hemos puesto en marcha una maquinaria social que sólo sabe caminar hacia más, alimentando una idea de progreso asegurado, convertido, casi, en derecho exigible de ciudadanía. Sin crecimiento económico no hay, al parecer, paraíso social en la tierra ya que este lo hemos construido sobre la base de un juego de suma positiva en el cuál, cada año, suma algo adicional a lo existente del año anterior.
Pero no siempre ha sido así. De hecho, la economía surge como ciencia al intentar explicar, con Adam Smith, cuál es el origen y la naturaleza de la riqueza, puesta en evidencia a partir de la industrialización. En un mundo estancado, donde la única riqueza deriva de privilegios feudales heredados, surge un nuevo sistema económico que utilizando mejor el trabajo humano (división de tareas, especialización) y el talento humano (tecnología) es capaz de generar riqueza adicional a partir de importantes avances en la productividad de la actividad económica.
Al principio, esa riqueza estaba concentrada en unos pocos empresarios, mientras el resto de la población, incluidos sus trabajadores, vivían en las miserables condiciones descritas por Dickens en sus novelas. Luego, la nueva organización científica del trabajo en serie generó tales capacidades de producción que tuvo que crearse nuevos mercados internos, repartiendo esa riqueza creciente mediante subidas de salarios, para que los productos fabricados trabajando tres turnos pudieran ser adquiridos por alguien con capacidad de pago.
Sobre esto se amplificó la demanda efectiva impulsora del crecimiento en base al uso extensivo del crédito. Por último, la existencia de una riqueza incremental en los países más adelantados hizo posible el reparto de un salario social diferido atribuyéndole al Estado la capacidad de ofrecer nuevos bienes públicos como sanidad, educación y pensiones, financiados con impuestos progresivos (Estado del Bienestar).
Se propagó así esa ideología del crecimiento permanente según la cuál lo que no deja de ser una posibilidad basada en mejoras continuas de productividad asociadas a sucesivas oleadas de revoluciones tecnológicas, se convierte en el aceite que lubrica sin parar el engranaje social hasta convertirse en derechos para unos y beneficios para otros.
Es cierto que hubo amenazas a este estado de cosas. Entre otras, la elevada inflación, que si bien facilitaba acuerdos sociales de distribución aparente de la riqueza a corto plazo, en base a la ilusión monetaria, introducía arena que amenazaba el correcto funcionamiento del sistema productivo. Pero también los límites al crecimiento derivados, por una parte, de que vivimos en una nave espacial Tierra con recursos naturales limitados y, por otra, en los efectos perjudiciales sobre el clima de la propia actividad industrial humana.
Este crecimiento continuo sobre el que hemos edificado el equilibrio social y político de nuestras democracias se veía amenazado, también, de vez en vez, por crisis económicas que, fueran cisnesnegros o consustanciales a la lógica del sistema capitalista, rebajaban temporal y recurrentemente el ritmo de crecimiento, hasta que pronto se recuperaba la velocidad de crucero anterior.
Con estos antecedentes, la crisis general de sobreendeudamiento que vivimos en un mundo globalizado es diferente en tres aspectos. El primero, su larga duración, que obliga a introducir la perspectiva del decrecimiento en las instituciones sociales y políticas no como una decisión voluntaria a favor de un modelo de sociedad distinto, sino por simple imposibilidad de seguir creciendo. Esto hace saltar por los aires los mecanismos tradicionales de intermediación al tener que repartir costes de una recesión, en una sociedad acostumbrada a repartir excedentes.
En segundo lugar, porque se produce en un contexto en el cual las jóvenes generaciones ya empezaban a vislumbrar que vivir peor que sus padres es algo con elevada probabilidad. Tercero, porque la realidad de una economía mundial que sitúa el origen de muchos problemas en sitios lejanos, dejando a las autoridades nacionales sin apenas instrumentos eficaces para hacerles frente, abre una brecha entre los ciudadanos y una política democrática ineficaz en el ámbito nacional e inexistente en el global.
No sólo frenamos, sino que tenemos que dar marcha atrás en muchas cosas. Lo que antes todo era distribuir a manos llenas, se transforma ahora en repartir miseria, como dijo un presidente autonómico. El temor -en línea con grandes autores clásicos como Malthus, Ricardo o Veblen- a que podemos entrar en un ciclo largo donde una mayoría de ciudadanos irá a peor, de que la nueva cultura del esfuerzo pueda ser una vuelta a Dickens y no sólo a su lectura, de un incremento en las desigualdades sociales en medio de la abundancia concentrada, es inseparable de ese pesimismo que parece hoy instalado según el CIS. Y todo ello se debe gestionar en un espacio público con reglas del juego diferentes, que ejercen una fuerte pulsión hacia el deterioro del sistema político. ¿Sabremos cambiar de era sin perder cohesión social ni calidad democrática?
jueves, 8 de marzo de 2012
La Mafia Andaluza
La trastienda del caso Invercaria pone de relieve la existencia de una nueva generación de yuppies que se mueven entre la orilla política y la empresarial. Los nuevos personajes del ‘régimen’ andaluz que se descompone son los vástagos o familiares directos de los líderes del socialismo decadente, desde el hijo de Manuel Chaves al sobrino de Felipe González, pasando por su cuñada y hasta, de rebote, el novio de Bibiana Aído y otros muchos que se mueven a la sombra de un poder que tiene en Invercaria uno de sus paradigmas.
La primera conexión de Invercaria con la familia socialista llega de la mano de Iván Chaves, hijo del ex presidente Manuel Chaves. En su carrera como ‘hombre de negocios’, Iván trabajó para Bogaris bajo la dirección de Laura Gómiz, como ha publicado El Confidencial, cuando ésta era directora general de una división agrícola especializada en el sector oleícola, para la que el hijo de Chaves realizó trabajos de mediación y captación de inversores.
Un mes después de terminar la ‘colaboración’ de Iván Chaves con Bogaris, Laura Gómiz dejó esta empresa y fue fichada por Manuel Chaves para la Junta como directora de Invercaria. Allí se topó con otro vástago de las familias socialistas: el presidente y consejero delegado de esta sociedad era Juan María González Mejías, sobrino carnal de Felipe González, que le dejaría en 2010 la silla de la presidencia de Invercaria a Gómiz para saltar a otro cargo en la Junta.
Previamente, el sobrino de Felipe González había sido gerente de la empresa pública de limpieza en Sevilla, Lipasam, donde entró a ‘dedo’, gracias al buen hacer del entonces alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, que lo mantuvo hasta que el hijo de Juan Manuel González Márquez, hermano de Felipe, encontró acomodo en Invercaria, sustituyendo en ella como consejero delegado y presidente a Tomás Pérez-Sauquillo, responsable de la empresa en el ejercicio al que se refiere la auditoría de la Cámara de Cuentas objeto del escándalo de las grabaciones.
Proteger al sobrino o darle algo más cómodo
Sobre la salida de Juan María González Mejías de Invercaria hay diversas versiones. En algunos círculos se asegura que al sobrino de Felipe González lo quisieron proteger quitándolo de un lugar que iba a ser foco de escándalo (duró poco más de dos meses en el cargo), mientras que en otros se afirma que el puesto que más tarde le asignaron en la Junta era “más cómodo”, mientras que en Invercaria se necesitaba una persona con “más garra”, como finalmente ha resultado ser Laura Gámiz, de cuyo “temperamento” queda constancia en las grabaciones de su subordinado despedido, Cristóbal Cantos.
La entrada de Juan María González en la Junta viene a demostrar lo abigarrado de una administración autonómica cuya estructura es similar a la copa de un pino piñonero. El sobrino de Felipe salió de Invercaria en julio de 2010 y pasó a ser secretario general de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información, dependiente de la Consejería de Economía, que dirige Antonio Ávila, la misma bajo cuyo organigrama está Idea, e Invercaria como dependiente de la anterior.
Sin embargo, la sociedad a la que se incorpora Juan María González debió de haber sido poco eficaz porque sólo once meses después se cierra y parte de sus competencias pasan a la Secretaría General de Innovación. Con las competencias, el sobrino de Felipe cambia de despacho para convertirse en secretario general de Innovación, sustituyendo a Juan Martínez Barea, un prestigioso profesional procedente de la Cátedra Sánchez-Ramade, que abandonó por decisión propia el despacho antes de que llegara el sobrino de Felipe.
Como el régimen a veces suele escribir derecho con renglones torcidos, este cambio en el organigrama de la Junta permitió reducir departamentos y, de rebote, situó en el mapa a Julián Martínez, novio de la ex ministra Bibiana Aído, que estaba colocado en la Delegación del Gobierno de la Junta en Madrid. El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, decidió suprimir el Centro de Negocios de la Junta en Madrid y el Instituto de Innovación para el Bienestar Ciudadano, y pasar sus competencias a la Delegación del Gobierno en la capital de España, es decir, más trabajo para el novio de Aído gracias a la recolocación del sobrino de Felipe.
¿Qué hubiera pasado si la madre audita al hijo en Invercaria?
Pero el hilo que une al clan familiar sigue hasta el punto de llegar a una funcionaria del cuerpo de Técnicos de Auditoría de la Cámara de Cuentas, que se llama Carmen Mejías Severo. ¿Qué habría pasado si esta funcionaria hubiera tenido que auditar las cuentas de Invercaria en el ejercicio de 2010? Pues que tendría que haberle puesto nota a su propio hijo. En efecto, Carmen Mejías es madre de Juan María González Mejias, y esposa de Juan María González Márquez, hermano de Felipe.
Afortunadamente para la familia, Carmen Mejías prefirió tomar otro camino y Gaspar Zarrías, mano derecha de Chaves, el padre de Iván, la colocó en la Consejería de Presidencia, que él dirigía, como secretaria general técnica… Todo queda en casa, aunque en este caso sea la casa común y no el domicilio familiar.
Toda la familia en la misma sociedad y la madre en Presidencia
La mayor conexión familiar de este clan, sin embargo, se encuentra en el sector de la publicidad, por extraño que parezca, y consta en las actas de sesiones del Parlamento andaluz. El diputado popular José Luis Sanz, secretario general de su partido en Sevilla, irrumpió en la Cámara autonómica en la última legislatura en la que Zarrías ocupó la Consejería de Presidencia de Chaves para ponerle sobre el atril una curiosa coincidencia.
José Luis Sanz aseguró, y así consta en las actas, que la Junta asignó un concurso por valor de 7.3 millones de euros a la multinacional MacCann Erikson, asociada con la empresa Al Sur, en la que participaba Interlab Media, una sociedad en la que se encontraban Juan María González Márquez y sus dos hijos, uno de ellos, el que después sería presidente de Invercaria. Y lo más curioso es que la esposa y madre de los miembros de esta empresa era Carmen Mejías, secretaria general técnica de la Consejería de Presidencia, que fue la que concedió el concurso.
¿Qué hubiera pasado si se hubieran tomado medidas entonces a raíz de este tipo de coincidencia? Pues, posiblemente, que el sobrino de Felipe no habría llegado a la Presidencia de Invercaria… Claro, que esa coyuntura no habría impedido que Laura Gámiz, compañera de Iván Chaves en Bogaris, hubiera sido tan imaginativa como pedía que fueran sus subordinados cuando, presuntamente, les pedía que falsificaran informes para avalar inversiones en empresas que en algunos casos eran de amigos del partido.
La primera conexión de Invercaria con la familia socialista llega de la mano de Iván Chaves, hijo del ex presidente Manuel Chaves. En su carrera como ‘hombre de negocios’, Iván trabajó para Bogaris bajo la dirección de Laura Gómiz, como ha publicado El Confidencial, cuando ésta era directora general de una división agrícola especializada en el sector oleícola, para la que el hijo de Chaves realizó trabajos de mediación y captación de inversores.
Un mes después de terminar la ‘colaboración’ de Iván Chaves con Bogaris, Laura Gómiz dejó esta empresa y fue fichada por Manuel Chaves para la Junta como directora de Invercaria. Allí se topó con otro vástago de las familias socialistas: el presidente y consejero delegado de esta sociedad era Juan María González Mejías, sobrino carnal de Felipe González, que le dejaría en 2010 la silla de la presidencia de Invercaria a Gómiz para saltar a otro cargo en la Junta.
Previamente, el sobrino de Felipe González había sido gerente de la empresa pública de limpieza en Sevilla, Lipasam, donde entró a ‘dedo’, gracias al buen hacer del entonces alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, que lo mantuvo hasta que el hijo de Juan Manuel González Márquez, hermano de Felipe, encontró acomodo en Invercaria, sustituyendo en ella como consejero delegado y presidente a Tomás Pérez-Sauquillo, responsable de la empresa en el ejercicio al que se refiere la auditoría de la Cámara de Cuentas objeto del escándalo de las grabaciones.
Proteger al sobrino o darle algo más cómodo
Sobre la salida de Juan María González Mejías de Invercaria hay diversas versiones. En algunos círculos se asegura que al sobrino de Felipe González lo quisieron proteger quitándolo de un lugar que iba a ser foco de escándalo (duró poco más de dos meses en el cargo), mientras que en otros se afirma que el puesto que más tarde le asignaron en la Junta era “más cómodo”, mientras que en Invercaria se necesitaba una persona con “más garra”, como finalmente ha resultado ser Laura Gámiz, de cuyo “temperamento” queda constancia en las grabaciones de su subordinado despedido, Cristóbal Cantos.
La entrada de Juan María González en la Junta viene a demostrar lo abigarrado de una administración autonómica cuya estructura es similar a la copa de un pino piñonero. El sobrino de Felipe salió de Invercaria en julio de 2010 y pasó a ser secretario general de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información, dependiente de la Consejería de Economía, que dirige Antonio Ávila, la misma bajo cuyo organigrama está Idea, e Invercaria como dependiente de la anterior.
Sin embargo, la sociedad a la que se incorpora Juan María González debió de haber sido poco eficaz porque sólo once meses después se cierra y parte de sus competencias pasan a la Secretaría General de Innovación. Con las competencias, el sobrino de Felipe cambia de despacho para convertirse en secretario general de Innovación, sustituyendo a Juan Martínez Barea, un prestigioso profesional procedente de la Cátedra Sánchez-Ramade, que abandonó por decisión propia el despacho antes de que llegara el sobrino de Felipe.
Como el régimen a veces suele escribir derecho con renglones torcidos, este cambio en el organigrama de la Junta permitió reducir departamentos y, de rebote, situó en el mapa a Julián Martínez, novio de la ex ministra Bibiana Aído, que estaba colocado en la Delegación del Gobierno de la Junta en Madrid. El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, decidió suprimir el Centro de Negocios de la Junta en Madrid y el Instituto de Innovación para el Bienestar Ciudadano, y pasar sus competencias a la Delegación del Gobierno en la capital de España, es decir, más trabajo para el novio de Aído gracias a la recolocación del sobrino de Felipe.
¿Qué hubiera pasado si la madre audita al hijo en Invercaria?
Pero el hilo que une al clan familiar sigue hasta el punto de llegar a una funcionaria del cuerpo de Técnicos de Auditoría de la Cámara de Cuentas, que se llama Carmen Mejías Severo. ¿Qué habría pasado si esta funcionaria hubiera tenido que auditar las cuentas de Invercaria en el ejercicio de 2010? Pues que tendría que haberle puesto nota a su propio hijo. En efecto, Carmen Mejías es madre de Juan María González Mejias, y esposa de Juan María González Márquez, hermano de Felipe.
Afortunadamente para la familia, Carmen Mejías prefirió tomar otro camino y Gaspar Zarrías, mano derecha de Chaves, el padre de Iván, la colocó en la Consejería de Presidencia, que él dirigía, como secretaria general técnica… Todo queda en casa, aunque en este caso sea la casa común y no el domicilio familiar.
Toda la familia en la misma sociedad y la madre en Presidencia
La mayor conexión familiar de este clan, sin embargo, se encuentra en el sector de la publicidad, por extraño que parezca, y consta en las actas de sesiones del Parlamento andaluz. El diputado popular José Luis Sanz, secretario general de su partido en Sevilla, irrumpió en la Cámara autonómica en la última legislatura en la que Zarrías ocupó la Consejería de Presidencia de Chaves para ponerle sobre el atril una curiosa coincidencia.
José Luis Sanz aseguró, y así consta en las actas, que la Junta asignó un concurso por valor de 7.3 millones de euros a la multinacional MacCann Erikson, asociada con la empresa Al Sur, en la que participaba Interlab Media, una sociedad en la que se encontraban Juan María González Márquez y sus dos hijos, uno de ellos, el que después sería presidente de Invercaria. Y lo más curioso es que la esposa y madre de los miembros de esta empresa era Carmen Mejías, secretaria general técnica de la Consejería de Presidencia, que fue la que concedió el concurso.
¿Qué hubiera pasado si se hubieran tomado medidas entonces a raíz de este tipo de coincidencia? Pues, posiblemente, que el sobrino de Felipe no habría llegado a la Presidencia de Invercaria… Claro, que esa coyuntura no habría impedido que Laura Gámiz, compañera de Iván Chaves en Bogaris, hubiera sido tan imaginativa como pedía que fueran sus subordinados cuando, presuntamente, les pedía que falsificaran informes para avalar inversiones en empresas que en algunos casos eran de amigos del partido.
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