El gran movimiento intelectual y político conocido como liberalismo ha sido uno de los principales moldeadores del mundo moderno. Como escribió Ludwig von Mises, “cambió la faz de la tierra”, creando para los pueblos que compartían en ésta una vida de libertad y abundancia sin parangón en la historia. Con esto, la penuria de las obras generales sobre la historia y las bases filosóficas del liberalismo, así como la mediocridad de las disponibles es verdaderamente curiosa. (Sin embargo, esto no es aplicable a obras de ámbito más limitado. Por ejemplo, The Decline of American Liberalism (1955) de Arthur A. Ekirch, Jr., combina un estudio riguroso con una experimentada comprensión del verdadero significado del liberalismo).
El mejor libro conocido sobre la materia es sin duda la Historia del liberalismo europeo, de Guido de Ruggiero, publicado originalmente en 1925. Aún útil en algunos aspectos, sufre de una confusión intelectual y una falta de innovación tal vez atribuible a la filosofía neoidealista popular en la Italia de aquel tiempo, de la que era seguidor el autor. Además, aunque liberal en un sentido muy amplio, Ruggiero tenía pocos conocimientos de economía o del funcionamiento del libre mercado. Su vulnerabilidad ante argumentos anticapitalistas puede apreciarse, por ejemplo, en su tratamiento de la Revolución Industrial en Gran Bretaña. Aquí repite la interpretación socialista común de ese gran proceso como una catástrofe para la clase trabajadora, en términos que apenas se diferencian de los de Friedrich Engels.
El defecto básico de la obra de Ruggiero, como en la mayoría de los demás autores que analizaremos, es que acepta e incluso consagra un cambio que estaba ocurriendo entonces en el uso de la propia palabra “liberal”. En lugar de implicar, como lo hacía previamente, una firme creencia en la propiedad privada y el libre mercado, “liberal” empezó primero a ser compatible con el apoyo a un amplio rango de medidas intervencionistas y del estado de bienestar, y luego incluso, en Estados Unidos y otros lugares, a designar precisamente ese apoyo. Como observaba sagazmente Schumpeter en su monumental Historia del análisis económico, “Como cumplido supremo, aunque involuntario, los enemigos del sistema de empresa privada pensaron que era inteligente apropiarse de su etiqueta”. Si la concepción subyacente del libro de Ruggiero manifiesta esta distorsión, una obra anterior, Liberalismo de L.T. Hobhouse (1911) desempeñó un papel importante en producirla. Este breve libro, a pesar de su prometedor título, es hoy de poco valor, excepto como hito en el acomodo de lo que John Gray llamó perspicazmente el liberalismo revisionista del cambio de siglo hacia el socialismo y la socialdemocracia.
La amalgama de liberalismo genuino con la tendencia del intervencionismo que hoy se califica a menudo con tal nombre es también el error incapacitante de dos libros del investigador estadounidense J. Salwyn Schapiro, Condorcet and the Rise of Liberalism (1934) y Liberalism and The Challenge of Fascism (1949). Es característico de la confusión de estas obras muy conocidas en su momento que la versión clásica y auténtica se ve denigrada con la etiqueta de “liberalismo burgués”, consagrando así esa propaganda marxista como terminología científica aceptada. Aún menos simpatizante con el espíritu del verdadero liberalismo son los escritos de dos socialistas británicos, Harold Laski, con The Rise of European Liberalism (1931) y Kingsley Martin con The Rise of French Liberal Thought (1926). Al igual que en las obras de Schapiro, se ofrece alguna información útil, especialmente por parte de Martin, pero su valor en general se ve viciado por una perspectiva distorsionada. Debe considerarse una gran lástima que la historia de las ideas liberales nunca haya sido asumida por uno de los grandes historiadores de la época liberal, por ejemplo, por Lord Acton, Lecky o John Morley, el soberbio biógrafo de Cobden y Gladstone.
Una clase en sí misma es una antología brillantemente editada, El liberalismo en occidente: historia en documentos, de E.K. Bramsted y K.J. Melhuish (1978). Por supuesto, ha habido numerosas colecciones sobre la materia. Lo que distingue a ésta no es sólo la exhaustividad y riqueza de las selecciones, sino la inteligencia y perspicacia de los comentarios. Sin embargo, de nuevo la empresa sufre del inútil intento de integrar a Herbert Spencer y Frederic Bastiat en el mismo movimiento general que John Maynard Keynes e incluso Lord Beveridge, el ideólogo del estado del bienestar de la cuna a la tumba británico. Un fallo similar socava un reciente tratado general, Liberalism, de David Manning, que añade prolijidad y numerosos errores propios.
El Liberalismo de Mises supone un claro contraste con la generalidad de las demás obras en este campo. En líneas límpidas y claras indica lo que significaba ser liberal cuando el liberalismo era el espectro que recorría Europa y, de hecho, buena parte del resto del mundo. En la exposición de Mises, el liberalismo se muestra como una teoría coherente del hombre y la sociedad, y de los acuerdos institucionales que hacen falta para promover la armonía social y el bienestar general. En particular, la filosofía social se coloca directamente como fundamento de garantía de la propiedad privada de los medios de producción. No se hace ningún intento de acomodar el concepto de liberalismo a puntos de vista intrínsecamente incompatibles con él, como el socialismo o cualquier variedad de intervencionismo. Por el contrario, empezando a partir del principio de la propiedad privada, Mises demuestra cómo los demás elementos del imaginario liberal (libertad personal, paz, gobierno democrático, tolerancia e igualdad ante la ley) se ligan a ésa en una totalidad inseparable.
Especialmente notable es el énfasis de Mises en la paz como una faceta de la filosofía liberal clásica, un aspecto demasiado a menudo olvidado en los tratados sobre la materia. Mises se asienta sólidamente en la tradición de los creadores de la ideología liberal cuando dice que Heráclito se equivocaba, “no es la guerra, sino la paz, la madre de todas las cosas”. Su condena de la guerra, el imperialismo y la histeria chauvinista repite y desarrolla las de Condorcet y Benjamin Constant, Cobden y Bright, Spencer y William Graham Sumner, y prácticamente todos los demás.
En Liberalismo de Mises tenemos una afirmación eterna del liberalismo clásico por parte del pensador reconocido como su mayor defensor en el siglo XX. Lúcida y resueltamente demuestra que es el único sistema en consonancia con la libertad individual y la autonomía personal, así como con la sociedad industrializada moderna. Es la obra que debemos consultar y ponderar si queremos comprender qué significa liberalismo y dónde se encuentra en la lucha de ideología que continuará moldeando el futuro.
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