Keynes contra la paz de Versalles.
Sin lugar a dudas, John Maynard Keynes (1883-1946) es la figura más importante en lo que a ciencias y política económica se refiere, durante el siglo XX. Su obra más importante es "La teoría general del empleo, el interés y el dinero", publicada por primera vez en 1936, y que revolucionó la teoría económica para siempre, al señalar que los Gobiernos (contrario a la visión liberal según la cual el mercado lo arreglaba todo) debía intervenir decisivamente para solucionar las crisis económicas del capitalismo. Pero la obra de Keynes no comenzó ni con mucho en los tiempos de la Gran Depresión, y ya venía arrastrando una carrera. De hecho, Keynes fue un profundo crítico de la Paz de Versalles.
John Maynard Keynes viajó como parte de la delegación británica a negociar el Tratado de Versalles (el que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y fue celebrado en 1919), representando al Tesoro. Fue lo suficientemente, por decirlo con suavidad, "animal político", para no soltar la lengua durante las negociaciones mismas, pero apenas regresó a Inglaterra, publicó un libro llamado "Las consecuencias económicas de la paz", en las que criticó ácidamente los términos del Tratado de Versalles. Según Keynes, los alemanes jamás podrían hacer frente a las exhorbitantes indemnizaciones económicas que debía pagar por la paz. Respecto de Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos y uno de los principales arquitectos de la paz (fue el que propuso los famosos "14 puntos", por más señas, de los cuales sólo se rescató al final el crear la ineficaz Liga de las Naciones), no tuvo empacho en llamarlo un "ciego y sordo Don Quijote". De Georges Clemenceau, el líder francés, dijo directamente que era un xenófobo, con "una ilusión - Francia, y una desilusión - la humanidad". Y sus insultos alcanzan un punto sublime cuando se refiere a Lloyd George, el británico, como "este bardo con pies de cabra, este visitante medio humano a nuestra era desde encantados y mágicamente embrujados bosques de la antigüedad celta".
Pero más allá de los insultos personales, que bajo su tono injurioso en realidad eran bien merecidos, Keynes hizo algunas siniestras profecías que, andando el tiempo, se harían realidad. Entre ellas, que la incapacidad de pagar la deuda de la guerra por parte de Alemania, sería una amenaza permanente para la paz europea. Lo que de verdad ocurrió, porque la crisis económica de postguerra que azotó a Alemania, pavimentó el camino al Nazismo, y el resto es historia conocida. En esto, Keynes fue mucho más visionario (o acaso simplemente más sensato) que los estadistas que en Versalles ganaron la guerra y se las arreglaron para perder la paz.
El libro hizo su buen poco de ruido, y vendió la importante cantidad de 84.000 ejemplares. Keynes viviría hasta después de acabada la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto, llegó a ser testigo de que, en la segunda ocasión, los arquitectos de la paz se portaron de manera menos irresponsable y prepotente. De hecho, la idea de que los vencedores llevaran a cabo un abultado plan de inversiones en Europa para fortalecer sus economías e infraestructuras derruidas por la guerra y convertirlos en socios comerciales prósperos y boyantes (el Plan Marshall, precisamente), en el fondo no es más que una aplicación pura y simple de las ideas keynesianas, pero a un nivel internacional.
John Maynard Keynes viajó como parte de la delegación británica a negociar el Tratado de Versalles (el que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y fue celebrado en 1919), representando al Tesoro. Fue lo suficientemente, por decirlo con suavidad, "animal político", para no soltar la lengua durante las negociaciones mismas, pero apenas regresó a Inglaterra, publicó un libro llamado "Las consecuencias económicas de la paz", en las que criticó ácidamente los términos del Tratado de Versalles. Según Keynes, los alemanes jamás podrían hacer frente a las exhorbitantes indemnizaciones económicas que debía pagar por la paz. Respecto de Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos y uno de los principales arquitectos de la paz (fue el que propuso los famosos "14 puntos", por más señas, de los cuales sólo se rescató al final el crear la ineficaz Liga de las Naciones), no tuvo empacho en llamarlo un "ciego y sordo Don Quijote". De Georges Clemenceau, el líder francés, dijo directamente que era un xenófobo, con "una ilusión - Francia, y una desilusión - la humanidad". Y sus insultos alcanzan un punto sublime cuando se refiere a Lloyd George, el británico, como "este bardo con pies de cabra, este visitante medio humano a nuestra era desde encantados y mágicamente embrujados bosques de la antigüedad celta".
Pero más allá de los insultos personales, que bajo su tono injurioso en realidad eran bien merecidos, Keynes hizo algunas siniestras profecías que, andando el tiempo, se harían realidad. Entre ellas, que la incapacidad de pagar la deuda de la guerra por parte de Alemania, sería una amenaza permanente para la paz europea. Lo que de verdad ocurrió, porque la crisis económica de postguerra que azotó a Alemania, pavimentó el camino al Nazismo, y el resto es historia conocida. En esto, Keynes fue mucho más visionario (o acaso simplemente más sensato) que los estadistas que en Versalles ganaron la guerra y se las arreglaron para perder la paz.
El libro hizo su buen poco de ruido, y vendió la importante cantidad de 84.000 ejemplares. Keynes viviría hasta después de acabada la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto, llegó a ser testigo de que, en la segunda ocasión, los arquitectos de la paz se portaron de manera menos irresponsable y prepotente. De hecho, la idea de que los vencedores llevaran a cabo un abultado plan de inversiones en Europa para fortalecer sus economías e infraestructuras derruidas por la guerra y convertirlos en socios comerciales prósperos y boyantes (el Plan Marshall, precisamente), en el fondo no es más que una aplicación pura y simple de las ideas keynesianas, pero a un nivel internacional.
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