El Padre Juan
Mariana La Moneda de Vellón
Introducción
El Tratado y discurso sobre la moneda de vellón, del Padre Juan de Mariana, ha tenido una historia curiosa: desde su
publicación, es decir, durante casi cuatro siglos, ha sido citado y discutido
con frecuencia; sin embargo, creemos que se ha leído poco y que ha tenido
escasa influencia en la opinión y en la vida de España.
El haber sido poco leído se debe, en buena
parte, a que, hasta llegar a la edición que hoy ofrecemos, no se ha presentado
nunca en forma asequible a un público distinto del de los eruditos. La primera
edición fue hecha en latín, con el título De monetae mutatione, y publicada,
juntamente con otros seis trabajos, bajo el título general ]oannis Marianae
septem tractatus. La impresión se hizo el año 1609 en Colonia. Las autoridades
españolas reaccionaron enseguida contra este libro y sus iras se dirigieron
principalmente contra De monetae mutatione. El duque de Lerma, favorito de
Felipe III, creyó que este trabajo le atacaba personalmente y dio orden a los
representantes de España en las capitales europeas de comprar y recoger en las
librerías los ejemplares que encontrasen. Parece que la orden fue tan bien
cumplida que pocos de ellos se salvaron de ser destruidos, y menos numerosos
todavía fueron los que lograron entrar en España.
El mismo Padre Mariana tradujo la obra al
castellano con el título "Tratado y discurso sobre la moneda de vellón que
al presente se labra en Castilla y de algunos desórdenes y abusos". Parece
que copias manuscritas de esta versión circularon de mano en mano y fueron
leídas por un número de personas que no es posible precisar. Pero la traducción
castellana no fue impresa hasta unos siglos más tarde. En 1861, Manuel
Colmeiro, en su Biblioteca de los economistas españoles de los siglos XVI, XVII
y XVIII, afirmó que estaba en manuscrito (esta afirmación se reiteró en todas
las ediciones posteriores de la obra de Colmeiro). Pero ya no era cierta: en
1854 había sido publicada, juntamente con la mayor parte de las otras obras del
Padre Mariana, por la Biblioteca de Autores Españoles de la editorial
Rivadeneyra. Esta edición lleva un largo prólogo de Francisco Pi y Margall, el
cual parece ser también el autor de las notas que la acompañan y el que cuidó
de la publicación en general. Ésta se hizo en dos tomos, que después han sido
reimpresos varias veces, la última en 1950. La Biblioteca de Autores Españoles
utiliza una letra tan pequeña y amazacotada que la lectura resulta difícil. De
manera que la edición que ahora ofrecemos al público viene a ser la primera
fácilmente asequible y legible.
Biografía
El Padre Juan de Mariana nació el año 1536
en Talavera de la Reina. No se sabe en qué día, pues no ha podido encontrarse
la fe de bautismo. Es casi seguro que no fue hijo legítimo y se ha dicho que su
padre fue un canónigo de aquella ciudad. Es posible que su nacimiento extra
legal sea parte por lo menos de la explicación de su carácter, siempre retraído
y ocasionalmente violento. En el siglo XVI ser hijo de un personaje
eclesiástico debía provocar una censura social que sin duda hirió su
sensibilidad desde la infancia. Cuando tenía setenta y tres años y era autor
famoso, cargado de gloria, en un escrito dirigido al Papa Paulo V, se llamaba a
sí mismo infirnae
conditionis horno.
Estudió Artes y Teología en la Universidad
de Alcalá, ya los diecisiete años ingresó en la Compañía de Jesús,
recientemente creada. Su precocidad intelectual y la fama de la misma eran
tales que se dice que San Ignacio de Loyola, que residía en Roma, recibió la
noticia con satisfacción especial y le envió su bendición. Hizo el noviciado en
Simancas y volvió a Alcalá a completar sus estudios. En 1561, cuando contaba
veinticuatro años, fue llamado al Colegio Romano, en el cual el Padre Diego
Laynez, el segundo General de la Compañía, quería concentrar las mejores mentes
de la nueva orden religiosa. El Padre Mariana enseñó en él Teología durante
cuatro años. Después enseñó otros dos años en un colegio de jesuitas en
Sicilia, y de allí pasó a la Universidad de París. En todas partes sus
lecciones fueron objeto de grandes elogios. A pesar de ello, en 1574 regresó a
España y vivió en la casa profesa de la Compañía de Jesús en Toledo, hasta su
muerte, el año 1623, a los ochenta y siete de su edad.
Toledo había iniciado su decadencia
política, social y económica. Hasta 1561 había sido frecuente residencia de la
Corte; en aquella fecha Felipe II llevó ésta a Madrid, y tras el breve
paréntesis de 1601 a 1606, en que Felipe III la trasladó a Valladolid, volvió a
Madrid y ya no se movió. Toledo decayó sin interrupción, pero con lentitud. En
1574 era todavía un brillante centro cultural y social; había allí palacios de
grandes familias, personas ilustradas, comunidades religiosas con ricas bibliotecas,
importantes órganos de la Administración.
Con todo, no deja de sorprender que el
hombre que a los veinticuatro años había sido llamado para enseñar en el
colegio más importante que la Compañía de Jesús tenía en el mundo, y que
después había sido brillante profesor en la Universidad de París, a los treinta
y siete se resignase a trasladarse a una ciudad que ya no era un centro de
poder y viviera allí medio siglo. Dos razones se han dado. Una, que su salud se
resentía tanto del clima de Roma como del de París ( o por lo menos que así lo
creían él o sus superiores). Otra, que su carácter retirado y su afición al
estudio prefirieran una población donde había elementos para éste, pero donde
no reinaba la inquietud y la fiebre de los grandes centros políticos.
Balmes ha descrito con las palabras
siguientes la personalidad de nuestro autor: "Por de pronto es bien
singular el conjunto que se nos ofrece en Mariana: consumado teólogo, latinista
perfecto, profundo conocedor del griego y de las lenguas orientales, literato
brillante, estimable economista, político de elevada previsión; he aquí su
cabeza; añadid una vida irreprensible, una moral severa, un corazón que no
conoce las ficciones, incapaz de lisonja, que late vivamente al solo nombre de
libertad, como el de los fieros republicanos de Grecia y Roma; una voz firme,
intrépida, que se levanta contra todo linaje de abusos, sin consideraciones a
los grandes, sin temblar cuando se dirige a los reyes, y considerad que todo
esto se halla reunido en un hombre que vive en una pequeña celda de los
jesuitas de Toledo, y tendréis ciertamente un conjunto de calidades y
circunstancias que rara vez concurren en una misma persona." (Artículo
"Mariana", incluido en el volumen XII de las Obras completas de
Balmes, pp. 78 y 79.).
Obras de
Mariana
El Padre Mariana escribió muchos libros.
La versión originaria fue siempre latina. La mayor parte de ellos fueron
después traducidos al castellano por el mismo autor. Los que tuvieron mayor
resonancia fueron sin duda la Historia de España, De rege et regis institutione y el Tratado y
discurso sobre la moneda de vellón.
La primera edición de la Historia general de España se publicó en latín en el año 1592. En 1601 apareció la primera
edición española, traducida por el mismo autor. Después se hicieron algunas
ediciones de la versión latina y muchas de la española. En las inmediatas a la
primera, el Padre Mariana hizo algunas adiciones. Es sin duda la obra del autor
que más se ha leído y que le ha dado más renombre. Se le ha reprochado que
acepta como hechos históricos gran número de mitos y leyendas que la moderna
crítica histórica rechaza. Se le ha censurado también que mezcla la exposición
de los acontecimientos con muchas reflexiones morales y filosóficas. Pero el
hecho de ser este libro el primer intento moderno de una historia general de
España, su aliento vigoroso y su brillante estilo literario le hacen uno de los
clásicos de la lengua castellana.
De rege et
regis institutione fue publicada por primera vez en
1598. La segunda edición se imprimió en 1605, en Maguncia, y ofrecía como única
novedad importante un nuevo capítulo, el VII, que trataba de la moneda y
contenía las ideas generales que más tarde fueron desarrolladas en el Tratado sobre la moneda de vellón. Mariana no tradujo De rege et regis institutione a la
lengua castellana, pero lo han hecho otras personas. Una traducción con el
título Del rey y de la
institución real fue incluida en la Colección de
Autores Españoles; es posible que el traductor fuera Francisco Pi y Margall,
que, como dijimos, parece que cuidó de la edición. En esta obra, el Padre
Mariana expuso sus ideas políticas. Se hizo famosa sobre todo por la defensa
del tiranicidio contenida en ella. Tal defensa ha hecho correr mucha tinta:
generalmente se ha dicho que Mariana afirma la licitud del regicidio; en
realidad, este autor distinguía entre el rey y el tirano, y describía a éste en
forma tal que pocas veces se habrá dado en la realidad. y declaraba lícito el
tiranicidio con muchas restricciones que después han tendido a ser olvidadas.
Este libro fue quemado en París por mano del verdugo, por orden del Parlamento.
En cambio, las autoridades españolas no procedieron contra él. La diferencia de
conducta se explica sin duda porque dos reyes franceses habían sido asesinados
en pocos años.
Como hemos dicho, De monetae mutatione suscitó una inmediata persecución por parte de las autoridades
españolas. Tal vez éstas habían leído la obra anterior con desagrado, aunque no
lo habían exteriorizado, y al aparecer otro libro que, en definitiva, contenía
también censuras a los gobernantes se decidieron a manifestar su irritación.
Ésta se dirigió contra el libro, como vimos, y también contra el autor. La
Inquisición le procesó y en septiembre de 1609 fue preso y conducido al
convento de San Francisco de Madrid. Mariana tenía setenta y tres años, pero
mostró firmeza durante el proceso, reconoció que era el autor de los siete
libros publicados en Colonia y no se retractó de nada de lo que allí estaba
escrito. Tras un año de reclusión en el convento y de haberse comprometido a no
reimprimir el trabajo De monetae
mutatione sin hacer en él ciertas
correcciones, fue puesto en libertad sin condena y regresó a Toledo.
El pensamiento
económico de Mariana
Del vasto y variado mundo intelectual del
Padre Mariana nos interesan aquí, para encuadrar y valorar el Tratado sobre la moneda de vellón, sus ideas económicas y sociales. No es fácil precisarlas, y prueba de
ello es que los estudiosos les han atribuido distinto carácter. Para citar a
unos pocos, diremos que Pi y Margall presenta a Mariana como partidario de la
teocracia; Joaquín Costa como colectivista agrario; el economista contemporáneo
nuestro Diego Mateo del Peral lo caracteriza como agitador en favor de los
pobres, tal vez podríamos decir, con lenguaje moderno, como socialdemócrata;
nosotros, limitándonos a este libro, lo calificaríamos de economista liberal.
Pi y Margall, en su discurso preliminar a
la edición de las obras del Padre Mariana en la Colección Rivadeneyra, afirma
que el objetivo final del famoso jesuita era el establecimiento de una sociedad
dominada y gobernada por la Iglesia católica. Escribe:
"El pensamiento capital de Mariana
consistía en organizar una teocracia omnipotente. Queríalo, en efecto, y ,
aunque con algo de embozo, no dejaba de revelarlo a cada paso en sus
escritos".
Y destaca los aspectos del pensamiento del
Padre Mariana que pueden apoyar la idea de que tenía un fondo teocrático. Son
principalmente los siguientes:
El Padre Mariana cree que la propiedad
privada es hija de la fuerza y que el Estado debe evitar la acumulación de
muchas propiedades en pocas manos, pero la acumulación de propiedad no le
parece perjudicial cuando la hace la Iglesia.
El buen orden político exige la armonía
entre la Iglesia y el poder civil, y por ello es bueno que las altas dignidades
eclesiásticas colaboren en las funciones de gobierno, pero los laicos sólo
pueden tener una pequeña intervención en los negocios de la Iglesia.
"Mariana está en esto imperdonable: no se ve ya en él un escritor de
conciencia, sino un hombre pérfido, un sacerdote hipócrita".
España debe ser una nación conquistadora,
con el fin sobre todo de que pueda acabar con la reforma protestante. La
educación del príncipe debe tender a hacer de él un príncipe guerrero. El
Estado debe velar por la pureza de costumbres, prohibir radicalmente las
representaciones teatrales y las corridas de toros y permitir sólo aquellos
espectáculos y fiestas que consistan en competiciones de fuerza y de destreza
para lograr buenos soldados al servicio del rey y de la fe católica.
El Padre Mariana ataca con frecuencia a
los reyes y a la nobleza. La razón no es otra que la de que ve en ellos a los
rivales de la Iglesia para el ejercicio del poder político.
Hasta aquí las opiniones de Pi y Margall.
Joaquín Costa, en su libro Colectivismo agrario en España(1898), incluye
al Padre Mariana entre los partidarios de alguna forma de propiedad colectiva
de la tierra. Las ideas de Mariana que recoge Costa están contenidas sobre todo
en el libro De rege et
regis institutione, publicado, como dijimos, en 1598. Mariana
afirma que en el estado primitivo y más feliz de los hombres, las riquezas
naturales, y singularmente la tierra, fueron propiedad colectiva. La propiedad
privada es fruto de la codicia y de la fuerza. Con estas ideas, Mariana es un
precursor de Rousseau. "Es en nosotros un deber de humanidad tener a
disposición de todos los bienes que Dios quiso fuesen comunes, ya que a todos
los hombres entregó la tierra para que se sustentaran con sus frutos y sólo la
rabiosa codicia pudo acotar y acaparar para sí ese patrimonio divino,
apropiándose los alimentos y las riquezas dispuestas para todos los
humanos".
El Padre Mariana, impresionado e indignado
por las grandes diferencias de rentas entre los hombres, tiene, sin embargo, el
buen sentido de no creer conveniente el retorno a esta hipotética comunidad
primitiva. Tampoco propugna la distribución forzosa de todos los bienes. Se
limita a proponer unas medidas en las que brilla la buena fe y cuya ineficacia
parece clara. Cree que el interés personal no constituye estímulo suficiente
para asegurar la producción de alimentos. Por ello propone un plan que dice
está inspirado en el rey David de la Biblia y en Aristóteles, y que Costa
califica de socialismo de Estado para la agricultura. Propone que en cada
ciudad y en cada pueblo se nombre un magistrado especial encargado de
inspeccionar los campos. A los agricultores que mejor cultiven sus tierras y
obtengan mayores cosechas se les premiará. A los malos agricultores se les
castigará con multas y con oprobio público. La Administración podrá incautarse
de las tierras incultas o mal cultivadas y cultivarlas por su cuenta; de los
beneficios obtenidos la Administración se quedará una parte y entregará otra a
los propietarios de las tierras.
Diego Mateo del Peral, en su documentado
artículo "El tratado De monetae mutatione del Padre Juan de
Mariana", sostiene que el aspecto más destacado de este autor es su
protesta contra las injusticias sociales. Le considera el jefe de una
"Escuela de Toledo", "un núcleo de acusada disconformidad
intelectual y política, dotado de firme sensibilidad para los problemas
económicos". Para Mateo del Peral, el Tratado y discurso sobre la moneda de
vellón era fundamentalmente una denuncia
del "ataque a los derechos humanos y la brutal política envuelta en la
caprichosa alteración por el tercer Austria de la moneda de vellón, la moneda
de los pobres".
El artículo de Mateo del Peral es
excelente por la riqueza de su información y por la nobleza de los sentimientos
que el autor manifiesta. Pero creemos que calificar de caprichosa la alteración
de la moneda de vellón no resulta iluminador para los lectores: tal alteración
consistía en reducir sistemáticamente el contenido de metal noble de las
monedas, a fin de aumentar la cantidad de éstas y suministrar recursos al
Fisco. Y los principales culpables del deterioro de las monedas no eran siempre
los reyes: con frecuencia fueron las Cortes, los hombres elegidos por el
pueblo, los que presionaron a los reyes y a sus gobiernos para que redujeran el
contenido metálico de las monedas; los reyes y gobiernos resistieron a la
presión y unas veces acabaron derrotándola y otras claudicando ante ella.
Diego Mateo del Peral no aclara las ideas
llamando a la moneda de vellón moneda de pobres: era usada por todos, pobres y
ricos, y éstos, sin duda, tenían de ella mayores cantidades que aquellos.
Para nosotros, el Tratado y discurso sobre la moneda de
vellón es una defensa de la propiedad
privada, de la democracia política, de los presupuestos equilibrados y de la
moneda sana de valor estable, que resulta ventajosa para todas las clases
sociales. Si no conociéramos ninguna otra obra del autor, no dudaríamos en
calificarle de economista liberal.
¿Cómo compaginar estas cuatro imágenes del
jesuita de Toledo, a primera vista tan dispares? En primer lugar, no todas las
ideas contenidas en ellas son, en rigor, contradictorias. Por otra parte, es
posible que la mente del Padre Mariana, que, en definitiva, se interesaba
fundamentalmente por los problemas teológicos y religiosos en general, no
estuviera, en cuanto a los económicos y sociales, perfectamente clara. Además,
es posible que pensara en términos de lo que los modernos economistas llaman
segundos óptimos y terceros óptimos, es decir, que prefiriera una cierta
solución de los problemas económicos y sociales, pero que en caso de
imposibilidad de ésta aceptara una segunda solución como la mejor entre las
posibles y que no hubiera creído necesario explicar con precisión este orden de
preferencias o que no lo hubiera logrado. Finalmente, sería posible que en la
larga existencia del Padre Mariana sus ideas hubieran ido cambiando. Tal vez
el Tratado y
discurso sobre la moneda de vellón ha de ser
considerado como el pensamiento maduro y definitivo del autor, pues es uno de
los últimos libros que publicó.
En él Mariana empieza preguntándose si el
rey es dueño de los bienes particulares de sus vasallos y contesta rotundamente
que no. El autor acude a su distinción entre rey y tirano, a la que tanta
afición manifiesta: "El tirano es el que todo lo atropella y todo lo tiene
por suyo; el rey estrecha sus codicias dentro de los términos de la razón y de
la justicia".
De aquí deduce que el rey no puede exigir
impuestos sin el consentimiento del pueblo, pues el impuesto significa la
apropiación de una parte del patrimonio de los súbditos; para que tal
apropiación sea legítima es preciso que los súbditos estén de acuerdo con ella.
Tampoco puede el rey crear monopolios estatales, que serían un medio disimulado
de exigir impuestos; en el lenguaje del autor, "si no es lícito poner
pecho, tampoco lo será hacer esta manera de estanques sin voluntad de aquellos
en cuyo perjuicio redundan".
Y tampoco puede el rey obtener ingresos
rebajando el contenido metálico de las monedas. Los monarcas de la Casa de Austria
acudieron reiteradamente a este antiguo recurso tantas veces utilizado en todos
los tiempos y todos los Estados. En España, en tiempo del Padre Mariana, la
rebaja se hizo sobre todo en las llamadas monedas de vellón; éstas eran de una
aleación de plata y cobre y hasta fines del siglo XV fueron perfectamente
respetables; en los siglos XVI, XVII y XVIII su contenido de plata fue reducido
reiteradamente hasta que finalmente las monedas de vellón se hicieron sólo de
cobre y funcionaron como moneda fraccionaria de las piezas de oro y plata.
También el contenido de metal noble de éstas fue reducido en algunas ocasiones,
pero menos que en el caso de las monedas de vellón, que constituyen el tema del
tratadito de Mariana.
Éste ve la cuestión con tanta claridad
como un economista moderno: se da cuenta de que la reducción del contenido de
metal noble de las monedas y el aumento de la cantidad de éstas es una forma de
inflación (aunque no usa esta palabra, entonces desconocida) y que la inflación
produce fatalmente elevación de precios: "que si baja el dinero del valor
legal, suben todas las mercadurías sin remedio, a la misma proporción que
abajaron la moneda, y todo se sale a una cuenta".
Mariana ve que la inflación es un impuesto
que recae sobre los que antes de ella tenían dinero, que ahora han de comprar
las cosas más caras. Al argumento de que esto se puede evitar poniendo precios
de tasa a las mercancías, contesta que la experiencia nos muestra que las tasas
han sido siempre ineficaces. Siendo la inflación un impuesto, requerirá en todo
caso el consentimiento del pueblo, pero aun con este consentimiento será
siempre un impuesto dañoso y desorganizador de la vida económica: "este
arbitrio nuevo de la moneda de vellón, que si se hace sin acuerdo del reino es
ilícito y malo, si con él, lo tengo por errado y en muchas maneras
perjudicial".
¿Cómo se puede evitar el recurso al cómodo
expediente de la inflación? Equilibrando el presupuesto por otros
procedimientos. Mariana tampoco usa estas expresiones que utilizaríamos
nosotros, pero ve el problema con precisión y todas sus propuestas tienden al
mencionado equilibrio; es decir, consisten en reducciones de gastos públicos o
aumentos de los ingresos. Propone, en primer lugar, gastar menos en la casa
real, "que lo moderado, gastado con orden, luce más y representa mayor
majestad que lo superfluo sin él". En segundo lugar, "que el rey se
acortase en sus mercedes", es decir, que no recompense tan generosamente
servicios (reales o supuestos) de sus vasallos; "que no hay en el mundo
reino que tenga tantos premios públicos, encomiendas, pensiones, beneficios y
oficios; con distribuirlos bien y con orden, se podría ahorrar de tocar tanto
en la hacienda real o en otros arbitrios de que se podrían sacar ayudas de
dineros". "Veamos, si enviase yo a Roma a uno y le diese dinero para
el gasto, ¿sería bien que lo gastase y diese a quien se le antojase o que se
mostrase liberal de la hacienda ajena? No puede el rey gastar la hacienda que
le da el reino con la libertad que el particular los frutos de su viña o de su
heredad".
Estos y otros comentarios que hace Mariana
a la idea de reducir las liberalidades de los monarcas a sus cortesanos y
amigos son lo que principalmente suscitó la ira del duque de Lerma y de la
Corte.
También propone Mariana "que el rey
evite, excuse empresas y guerras no necesarias, que corte los miembros
encancerados y que no se pueden curar". Esta última frase es un consejo
para que la Corona de España renuncie a Flandes y a otros dominios fuera de
nuestras fronteras, difíciles de defender. Significa una rectificación de la
afición del autor, manifestada en obras anteriores, a las guerras imperialistas
y religiosas.
También propone Mariana que el rey vigile
más estrechamente los gastos y los ingresos públicos, a fin de evitar las
pérdidas producidas por desidia, mala administración o fraude. y finalmente
aconseja la creación de impuestos sobre artículos de lujo, consumidos solamente
por las clases altas.
Sin ánimo de dogmatizar, sin la pretensión
de penetrar en la mente de un hombre que murió hace tres siglos y medio,
digamos que probablemente el pensamiento de Mariana en el campo económico y
social fue el siguiente. En sus primeros años su ideal parece haber sido una
sociedad teocrática y socializante: la Iglesia católica tendría todo el poder
político y dominaría a los reyes y a los nobles. Las autoridades, influidas y
dirigidas por ella, cuidarían de mantener una cierta igualdad económica entre
los hombres; probablemente habría propiedad privada, pero la autoridad política
podría redistribuirla siempre que lo juzgara conveniente.
Esta sociedad sería guerrera hasta que
hubiese acabado con el protestantismo e impuesto en todo el mundo la religión
católica y la concepción religiosa y social que hemos expuesto. Esto logrado,
habría en el mundo paz perpetua: a Mariana no le gustaba la guerra por la
guerra.
Con el paso de los años las ideas de este
autor fueron cambiando: vio las dificultades, es más, la imposibilidad de su
primera concepción, y fue aceptando (tal vez resignadamente) las formas de vida
social que hoy llamamos liberales: un mundo pacífico, en el cual la propiedad
privada respetada, la libertad económica, la democracia política y la moneda
sana hacen la vida de todos más agradable. Hasta qué punto el Padre Mariana
renunció a sus ideas primitivas porque vio las dificultades de su implantación
o porque se convenció de que no eran buenas, es difícil de precisar.
La primera concepción de Mariana está reflejada
sobre todo en De rege et
regis institutione; la segunda en el Tratado sobre la moneda de vellón. Este cambio refleja el tránsito del siglo XVI al XVII; el siglo XVI es el
de la perduración de muchos ideales medievales, de la reforma protestante, del
encarnizamiento en las luchas religiosas; en el siglo XVII se insinúan los
tiempos modernos, se acepta la pluralidad religiosa, el análisis sereno y
racional de los problemas. Parece como si al entrar en este siglo el Padre
Mariana hubiera renunciado a que España impusiera en todo el mundo la religión
católica y el programa religioso y social elaborado por él y hubiera aceptado
la nueva sociedad más tranquila y tolerante.
¿Cómo se explicaría este liberalismo del
Padre Mariana? En el siglo XVII el liberalismo económico se estaba gestando en
el mundo y se cree generalmente que España no era país adelantado en esta
gestación. ¿Cómo en el año 1609 un autor español, que anteriormente había
escrito libros de tendencia colectivista, publicó uno en el cual el liberal
moderno más doctrinario y riguroso no encontraría nada que objetar?
El padre
Mariana y la Escuela de Salamanca
En las últimas décadas, autores españoles
y extranjeros han destacado la importancia de la llamada Escuela de Salamanca,
formada por teólogos, filósofos, moralistas y juristas que, sin conciencia
clara de constituir una escuela, enseñaron en varias Universidades españolas y
principalmente en la de Salamanca en los siglos XVI, XVII y XVIII. El
economista austriaco Friedrich Hayek afirma que en varios de estos autores
aflora una idea que, en definitiva, es la central del pensamiento de Hayek, y
también la central de la concepción de la economía de mercado: que hay un orden
natural en las actividades humanas. Generalmente se admite la existencia de dos
clases de orden en nuestro mundo: el orden físico y el orden jurídico. Pero
Hayek observa que existe un tercer orden, el económico, y que fueron los
autores de la Escuela de Salamanca los primeros en intuirlo.
Existe acuerdo sobre la realidad y el carácter
del orden físico y del orden jurídico. Las leyes del orden físico son leyes del
ser (en alemán, del sein), que se cumplen inexorablemente. Si alguna vez se
observa el incumplimiento de una supuesta ley del orden físico, ella indica que
no es tal ley, y que la ley verdadera ha de formularse de otra manera.
Las leyes del orden jurídico son leyes del
deber ser (en alemán, del sollen); son normas que obligan a los hombres a una
determinada conducta. Pueden ser incumplidas, y su incumplimiento no implica su
desaparición como tales leyes. Este orden es formulado por la voluntad
deliberada de los gobernantes.
Estas dos clases de orden son de
comprensión fácil. Pero ¿qué es el orden económico? Es difícil dudar de su
existencia: en los países de economía de mercado los procesos de la producción,
distribución y consumo de los bienes tienen lugar con cierta regularidad, que
no constituye un orden perfecto, pero que ciertamente es un orden. Los
economistas liberales creen que es fruto de la acción humana, como el orden
jurídico; pero una diferencia le separa de éste: el orden jurídico es fruto de
la acción humana consciente; el orden económico es fruto de la acción de muchos
hombres, libre pero no deliberada y consciente, sino coordinada
espontáneamente. Esta ausencia de deliberación en la aparición del orden
económico hace que, en cierto sentido, pueda llamársele natural, aunque este
calificativo tenga distinto carácter al ser aplicado a él o al orden físico.
Algunos autores modernos le han llamado orden espontáneo.
Este orden económico no ha sido
comprendido hasta fechas recientes. Los griegos y los romanos no tuvieron idea
de él. Los filósofos y moralistas medievales y renacentistas elaboraron
gradualmente su concepto. Fueron guiados en su búsqueda por las consultas de
comerciantes y los banqueros sobre la moralidad de sus actividades: sobre si
era lícito cobrar intereses de los depósitos bancarios; intercambiar la moneda
de un país por la de otro y obtener con ello un beneficio; vender las
mercancías a unos determinados precios; sobre cuál era el precio justo, etc.
Varios autores que podemos considerar
inclusos en la Escuela de Salamanca creyeron que la solución de estos problemas
podía encontrarse en el mercado. Consideraron al mercado como un orden natural.
Figuran entre ellos Pedro de Valencia, Domingo de Soto, Martín González de
Cellorigo, Francisco Martínez de la Mata. Sus ideas no son sistemáticas y en
ellas surgen con frecuencia puntos de vista mercantilistas y opiniones que
reflejan su fe en el poder del príncipe.
En 1755 se publicó el Essai sur la nature du commerce en general, de Richard Cantillon, en el cual el orden económico natural aparece
descrito con más precisión que en los autores de la Escuela de Salamanca. Con
mayor precisión todavía fue expuesto por los fisiócratas y, sobre todo, en 1776
por Adam Smith.
No sabemos que nadie haya incluido al Padre Mariana en la Escuela de
Salamanca, cuyas fronteras son borrosas. Hemos visto cómo Diego Mateo del Peral
trata de hacerle jefe de una escuela de Toledo de límites más borrosos todavía.
Pero el Padre Mariana se movía en la atmósfera de su tiempo, y ésta era,
gracias a la Escuela de Salamanca, un poco más liberal de lo que generalmente
se supone. Este incipiente e indeciso liberalismo pudo tener influencia sobre
el jesuita de Toledo.
Número 11
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